¿Qué parte de tu felicidad reside en el trabajo?

Los avances de la psicología científica en los últimos años nos han permitido medir casi cualquier constructo hipotético: variables de personalidad muy conocidas, como la extraversión, competencias concretas en el ámbito laboral, destrezas intelectuales generales o específicas, y un sinfín de rasgos comportamentales que pueden servir de indicadores para la estabilidad personal, el desempeño de un puesto de trabajo o muchas otras áreas personales o profesionales. Podemos saber, con cierto margen de error, si una persona cumple unos mínimos dentro de unos perfiles establecidos, o en qué lugar de una escala se encuentra su percentil.
De acuerdo,  pero el caso es que, hasta el momento, la felicidad no ha podido ser encuadrada dentro de un rasgo o estado personal a través estudios serios o cuestionarios que midan rasgos o estados de la personalidad. El concepto de felicidad es tremendamente subjetivo y no existe un acuerdo común en cómo definir el mismo; por otra parte, los castellanohablantes diferenciamos entre el ser y el estar (¿es lo mismo ser feliz que estar feliz?….¿es lo mismo estar depresivo que ser depresivo?….), así que la diferenciación rasgo-estado es otro elemento que aumenta la dificultad para establecer un supuesto constructo hipotético de “felicidad”.
Sin embargo, más allá de qué supone para nosotros la felicidad, sí que parece ser que muchos de nosotros la buscamos y encontramos en ella algunos elementos comunes: bienestar, sentido de la autorrealización, satisfacción, alegría, etc…pero ¿Qué parte de nuestra felicidad reside en nuestro trabajo o empleo?
No es ninguna novedad decir aquí que nuestro empleo consume buena parte de las 24 horas del día (para algunos con suerte, sólo un tercio, para otros la mitad y para los workaholics digamos que cuatro quintas partes ). ¿Y ese número de horas consumidas en la oficina, recorriendo kilómetros o trabajando desde casa puede cubrir nuestras necesidades y hacernos más felices?
Haciendo un análisis simplista y sesgado, podría parecer que el trabajo puede cubrir a la vez los cinco escalones de la pirámide de Maslow. Si nos fijamos un poco, tener un empleo más o menos formal cubre, en primer lugar ciertas necesidades fisológicas, sobre todo la alimentación (aunque suene a perogrullada, trabajamos para “comer”); en segundo lugar, trabajar cumple la función de “seguridad” ( a todos nos gusta tener, aún con los tiempos que corren, una cierta garantía que mañana podremos entrar a nuestra oficina); en tercer lugar, estar empleado nos permite cubrir, aunque no todas, ciertas necesidades de afiliación (no es extraño que con el paso del tiempo algunos de nuestros compañeros de trabajo sean nuestro grupo de referencia o pertenencia ); en cuarto lugar, tener un empleo hace que, en mayor o menor medida, tengamos cubiertas una dosis razonables de percepción de éxito y de respeto a nuestra trayectoria profesional. Por último, y en quinto lugar, no sería extraño pensar que parte del sentido de autorrealización pudiera corresponder a nuestro trabajo, y que percibiéramos éste como una parte fundamental de nuestra felicidad.
Pero hay algo sin duda que falla. Conocemos a muchas personas que cumplirían a rajatabla los factores descritos unas líneas más arriba; profesionales que disfrutan de un puesto de reconocido prestigio que les permitiría cubrir todas las necesidades de abajo a arriba, pero sin embargo no los consideramos felices. Más de una vez hemos observado como una de esas personas, a nuestro parecer “lo tiene todo”, pero vive en un constante “vaso medio vacío”, en donde no caben otras cosas que la negatividad, derrotismo y desánimo.
 El problema es que partimos de una falacia: el trabajo no cubre todos los componentes de nuestro sentido de la felicidad, aún cuando sea un empleo soñado por todos. Si hiciéramos caso al planteamiento propuesto, estaríamos externalizando nuestra felicidad y nos olvidaríamos que el sentido más profundo de la felicidad reside en nosotros mismos. Y si no ¿por qué si comparamos dos personas con características parecidas en cuanto a edad, posición social, puesto de trabajo, etc…una de ellas se muestra feliz y otra no? Porque el trabajo puede ser un factor más que nos ayude, pero no podemos depender de él para ser felices.
No por ser algo necesario, tener trabajo o empleo nos va a enseñar por sí solo el camino para lograr la felicidad. Para mí, todo se resume en una frase: sé feliz y luego vete a trabajar; no pretendas que el trabajo te vuelva feliz. ¿Cómo lo ves tú?

Oliver Serrano León

Formación y empleo: ¿de verdad sabes tanto inglés?

Ayer cuando metía en el coche todos los trastos que conlleva tener dos niños pequeños para ir a dar una vuelta, se me acercó un extranjero con un mapa preguntándome ¿Where I am?. El pobre señor no sabía ni en que parte de la isla se encontraba. Quería dirigirse a la zona del Parque Rural de Anaga, en Tenerife y se había quedado a medio camino, sin saber cómo llegar (la verdad que la señalización y las indicaciones que tenemos por aquí tampoco ayudan demasiado, pero ese es otro tema aparte).
A trancas y barrancas pude explicarle que en primer lugar tenía que coger la autopista que llevaba a Santa Cruz, y una vez allí tomar el camino que le llevaría a su destino. Me sentí fatal porque me di cuenta de que mi fluidez a la hora de expresarme en inglés era totalmente nula; soy consciente de que tengo bastante vocabulario y las nociones básicas de gramática, ya que no me suele costar leer textos en inglés, pero en lo que se refiere a conversación… nulo total ( al final este señor tuvo suerte porque yo me dirigía a Santa Cruz y me siguió, así fue todo más fácil).
Cuento ésto porque una información muy típica que suele aparecer nuestra hoja profesional, sobre todo en ciertos perfiles profesionales, es el apartado de idiomas. Damos por hecho que hay profesiones que requieren un dominio, o al menos un uso fluido y correcto de un segundo o tercer idioma ( por ejemplo en todos los trabajos relacionados con el turismo), pero hay otras muchas ocupaciones en las que el conocimiento de otro idioma que no sea el materno también puede venir muy bien.
En referencia a este asunto, muchos de nosotros podemos tener la mala costumbre de poner que tenemos un “nivel medio” de inglés cuando lo mencionamos en el algún apartado del CV. Damos por hecho que como en el Instituto pasamos por muchas clases de idiomas y sabíamos reconocer algunas palabras de esos “listenig” que nos ponían en un radiocassette, tenemos un nivel más que aceptable para defendernos. De alguna manera asimilamos ese nivel medio porque suena “cool” o por moda, pero nada más lejos que la realidad en cuanto se nos exige un poco más.
En España son escasas, sobre todo si nos comparamos con el resto de los europeos, (salvo los británicos claro está), las personas que pueden presumir de tener un buen uso del inglés. Tampoco quiero decir que porque yo sea bastante cazurro expresándome en la lengua anglosajona todos los demás lo sean, ni mucho menos, pero hay datos que están ahí, y no los podemos obviar.
Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), correspondiente al mes de febrero, dos tercios de los encuestados (63,1%) admite que no sabe ni hablar ni escribir en ingles, mientras que sólo el 7% dice saber leerlo y un 6,4% reconoce saber escribirlo. Pese a ello, nueve de cada diez considera muy importante el conocimiento de un idioma extranjero, aunque la mayoría ni lo estudia ni se ha sentido perjudicado en su trabajo o estudios por desconocerlo.
Por todo ello, creo que por lo menos deberíamos ponernos manos a la obra en este asunto (algunas cosas van mejorando, como los colegios con un currículo bilingüe o que por lo menos imparte algunas asignaturas en otro idioma), sobre todo porque conozco varios casos ya de trabajadores que se ven sorprendidos al ir a una entrevista de trabajo y ver cómo les van a hacer la misma en inglés, e incluso casos de personas que se dedican a un área donde el conocimiento de ese idioma es casi imprescindible y van a la pata coja en ese sentido.
Creo que una parte de culpa de este fenómeno es que nos cuesta salir muchísimo al extranjero. Incluso cuando somos jóvenes, sin demasiadas responsabilidades familiares y somos susceptibles de becas que, aunque no resuelven todo ayudan bastante, nos da reparo salir fuera por un cierto complejo de inferioridad, parece que nos vamos “demasiado lejos”, y preferimos quedarnos cómodamente en nuestra ciudad, y si es cerquita de la calle donde vivimos, pues mejor que mejor.
No somos en este país un ejemplo precisamente de productividad y competitividad, y menos lo somos en el conocimiento de un segundo idioma, tal y como dicen los datos, así que pensemos por un momento si de momento no sería mejor poner que tenemos conocimientos elementales y dedicarle una cuantas horas al estudio de un idioma. Pero antes de eso, repasemos un poquito el español que cada día lo destrozamos más….¿o no?
Oliver Serrano León


P.D. Estamos de obras en el blog, cambiando la plantilla pero nos queda un pelín de trabajo por hacer todavía…saludos 😉

Desempleo y cursitis: deja ya de formarte y haz algo más

Uno de los fenómenos que más se extienden entre los profesionales que están en situación de desempleo es un tipo de sentimiento de culpa por “no ser productivo” o por “no estar haciendo nada” cuando no se tiene trabajo.

En este tipo de situaciones, y es algo que avalamos muchos orientadores y la inmensa mayoría de las instituciones, uno de los recursos más usados es la formación, con el objetivo de reciclarnos o recualificarnos y tener una ventaja añadida y competitiva con respecto al mundo laboral.
La oferta formativa actual permite que nos formemos gratuitamente a través de los planes de Formación para el Empleo en muchísimas áreas de interés: podemos encontrar acciones formativas a miles en el entorno de la gestión empresarial, otras tantas en nuevas tecnologías, y en general, casi cualquier persona puede ser potencialmente consumidora de una formación avalada y financiada por el Estado y Fondo Social Europeo.
En todo caso, más allá de que la formación sea pública o privada, para mi opinión son dos grandes oportunidades las que nos ofrece la misma: por un lado, la adquisición de conocimientos o habilidades que nos van a permitir mejorar nuestra productividad en el entorno de trabajo, y en segundo lugar, contactar con personas que se encuentran en una situación similar a la nuestra y comenzar a realizar un proceso de networking, con las ventajas que ello conlleva.
Pero lo que a priori son ventajas, también se convierten en inconvenientes. En los años que llevo impartiendo formación, me he encontrado con un perfil que suele repetirse: la persona que se dedica “profesionalmente” a recibir formación. Suele tratarse de desempleados con una buena formación de base, pero que por diferentes motivos se encuentran desempleados y quieren formarse. Digamos que hasta ahí, todo bien y muy similar a cualquier otro perfil. Sin embargo, estas personas, al acabar un curso empiezan otro, y al acabar éste, otro más, hasta empezar a recorrer la senda de un círculo vicioso con complicada salida.
La teoría implícita que suele residir en estos perfiles es algo así como “cuanto más me forme, más posibilidades tendré de insertarme en el mercado laboral”. Quizás el error reside en que no se trata de “más” sino de “mejor”. La acumulación de horas de formación complementaria no garantiza en absoluto una mejora de la inserción; si acaso, garantiza un mayor de gasto de papel o más movimientos de nuestros dedos al redactar nuestro CV.
Muchos de estos perfiles acumulan a lo largo del año (sobre todo cuando se trata de personas que están percibiendo una prestación por desempleo amplia en el tiempo) cientos de horas invertidas en mejorar su perfil, pero lo más curioso es que suelen quejarse de que no les llaman para ninguna oferta de trabajo. Lógico, ya que se están centrando en la formación para mejorar la empleabilidad, pero se olvidan o carecen de tiempo para la búsqueda de empleo (sobre todo casos en que una persona hace dos cursos a la vez de 5 horas al día cada uno: el poco tiempo que queda básicamente es para comer y para dormir).
La formación como alternativa a los períodos de desempleo es una buena opción, pero no es la única ni debe consumir todas nuestras energías: además reflexionemos por un momento a qué tipo de acción formativa dedicaremos nuestros esfuerzos (muchos cursos “se ponen de moda”, y lo único que se consigue es generar una mayor competencia entre los trabajadores, si no pensemos en el caso de los Técnicos en Prevención de Riesgos: muchas personas lo hicieron porque había demanda y por moda, no tanto por vocación y ahora nuestro país tiene un exceso de oferta de estos profesionales).
Y entonces ¿qué hacemos? ¿Dedicamos menos horas a formarnos y dedicamos ese tiempo a la búsqueda de empleo? Realmente lo importante no es el número de horas dedicadas, sino la rentabilidad que podamos extraer de las mismas. Siempre defenderé la formación complementaria como una de las vías para mejorar como profesionales, pero antes de hacer un curso de 500 horas que nos resta tiempo para otras cosas, pensemos bien si merece la pena esa inversión. Algunos de los desempleados que se “hinchan” a hacer cursos pueden tener un problema de autoestima laboral y pensar que nunca están lo suficientemente preparados para desarrollar con eficacia las tareas de un puesto de trabajo.

Quizás la formación no sea el problema (ya hemos comentado por aquí los problemas de la “sobreformación”), sino una cuestión más personal: clarificación de objetivos profesionales, posicionamiento en el mercado laboral, visibilidad en las redes yu una mejor práctica del networking, etc….No hay recetas mágicas ni yo me las voy a inventar ahora, pero simplemente sería bueno pensar que la formación también tiene un límite, y aunque es un parte muy importante del proceso de búsqueda de empleo, no lo es todo. Haz algo más aparte de formarte.
Oliver Serrano León.

Liderazgo Guardiola

Esta pasada semana, tras una larga jornada de trabajo con final en el sur de la isla de Tenerife y aprovechando las buenas condiciones climátologicas existentes, me acerqué a la Playa de Las Vistas en Los Cristianos, para libro en mano, disfrutar de los últimos rayos del día junto con los capítulos finales del libro “Liderazgo Guardiola”.

Esta obra, ha sido escrita a dúo por Juan Carlos Cubeiro (presidente de Eurotalent y profesor de  al Universidad de Deusto, San Pablo-CEU y ESADE, considerado como uno de los mayores expertos en talento, liderazgo y coaching de nuestro país, y que podemos sseguir diariamente en su blog ) y  por Leonor Gallardo (doctora en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, docente de la Universidad de Castilla-La Mancha y directora del máster de Gestión del Deporte de la Real Federación Española de Fútbol, co-autora junto con Cubeiro de La Roja. El triunfo de un equipo)

Conociendo que estaba preparada su publicación para mediados del mes de marzo, y siendo conocedor del hecho de que la residencia en una isla alejada de la península tiene muchas ventajas pero se paga para estas cosas, insistí tanto a una librería de la ciudad, que tuve la oportunidad de tenerlo en mis manos, sólo un día después que mis compañeros de Madrid y Barcelona.

Se trata de  un libro que me apetecía mucho devorar ya que había estado leyendo estos meses atrás todos los artículos que habían llegado a mis manos sobre el liderazgo de Guardiola,  y pensé, que sería una gran oportunidad para conocer el análisis de dos expertos en estos temas.
(según los últimos datos la editorial Planeta ya prepara nuevas ediciones del libro)

Para los que nos encanta este deporte y admiramos la figura de Pep, el texto es totalmente adictivo, seas aficionado al equipo que sea.La obra comienza con magnífico prólogo de la televisiva periodista Susanna Griso, que introduce de manera magistral la evolución de la personalidad de Guardiola, a través de las diferentes entrevistas que han tenido.

El contenido del texto se divide en dos grandes bloques:

         La parte I: “Las siete claves para ser un equipo admirado”
         La parte II: “El arte de crear valor” El primer capítulo de este bloque, “Trucos de ganador”, contiene un decálogo de “Guardiola como representante de un equipo de alto rendimiento”,  ha sido mi favorito, muy recomendable y con muchas posibilidades para aplicar.

El libro finaliza con un gran epílogo de Gabriel Masfurroll, ex – viceprepresdente del F.C.Barcelona, que cierra la obra con un final de gran nivel, desgranando su pensamiento sobre el futuro de Pep.

En resumen, se trata de un libro muy recomendable, incluso ha sido la obra elegida por Aedipe Cataluña para regalar a sus afiliados. Está lleno de citas y frases que invitan a la reflexión (recomiendo tener lápiz en mano desde que lo abras por primera vez)

En mi opinión, lo mejor del libro:
         El estudio profundo de hemeroteca demostrado por los autores, describiendo a la perfección la formación de la personalidad del Guardiola que hoy conocemos y la creación de su “Pep team”, escogiendo magistralmente las mejores reflexiones de las ruedas de prensa de este magnífico líder.

A mejorar:
         Se podía haber profundizado más en algún capítulo de la obra en la explicación del liderazgo de Pep, a través de las principales teorías del liderazgo ( aunque pudiera haber caído en la pura teoría y perder un poco de la agilidad que presenta el texto, hubiera sido una gran aportación)

Una última reflexión egoísta, hagamos un análisis a lo Guardiola de la derrota del miércoles: al final será positiva porque nos va a permitir tenerlo más tiempo en activo y seguir aprendiendo de su forma de liderar. Una repetición de los éxitos del año pasado  posiblemente hubiera llevado a su pronta retirada para la búsqueda de nuevos objetivos personales y profesionales.

Sergio Martín Corzo

Funcionarios 0.0: ¿Por qué no me miras a la cara?

Los funcionarios son en muchas ocasiones motivos de ira, cachondeo, airadas protestas o simplemente envidia de los que no tenemos un trabajo indefinido ni días moscosos por escoger en el calendario laboral.
Quizás sea una de las categorías de trabajadores donde más estereotipos se generan, y como casi siempre, algunos de éstos funcionan porque se acercan bastante a la realidad y otros son tremendamente injustos.

Es bastante descabellado aunar en una categoría homogénea a los funcionarios, ya que no tiene mucho que ver un funcionario de prisiones con un administrativo de la Agencia Tributaria o con un Jefe de Sección de una Consejería de alguna Comunidad Autónoma. Sí, es cierto, quién más quien menos que sea funcionario estará harto de oir que sus cafés duran tres horas o que trabajan 3 días de cada 10, pero muchos de ellos se esfuerzan cada día en trabajar de forma productiva y cumplir con las funciones que se le han asignado.

Casi todos conocemos, algunos más de cerca y otros más de lejos, cómo es el proceso selectivo para un funcionario, digamos “tipo” (pongamos como ejemplo un auxiliar administrativo, que suele ser uno de los puestos con más plazas ofertadas durante el año): Suele tratarse de un concurso oposición, en donde por un lado se tienen en cuenta los méritos del aspirante (trabajos anteriores en la administración, cursos relacionados con el puesto de trabajo, conocimientos específicos, etc…), y por otro lado un conjunto de pruebas que evalúan los conocimientos teórico-prácticos del candidato.

Nos suena mucho aquello de: “el temario lo llevo bien, la Constitución me la se de memoria, pero la parte de informática la llevo algo más floja”. Es muy habitual tener que estudiar un temario específico y dominar una serie de herramientas (casi siempre informáticas) para poder aspirar a conseguir una plaza en la Administración.

Curiosamente muchas de las personas que obtienen esa plaza, ya sea de auxiliar administrativo o de cualquier otra categoría, tendrán en su futuro puesto de trabajo como una de sus principales funciones la atención al público. En algunos temarios se incluye como un pequeño apartado, pero desde luego, en ningún caso el aspirante es evaluado para comprobar si tiene las habilidades necesarias para atender correctamente al usuario de la Administración.

No es casualidad que hable de este tema hoy, porque hace muy poco fue atendido por un funcionario que se pasó algunos minutos hablando conmigo prácticamente sin mirarme. Creo que si se acuerda de mi cara será porque lo primero que hizo fue pedirme mi DNI y el número que tenía asignado para la cita. Insisto: es injusto establecer aquí una generalización del fenómeno, y en mi caso pesan mucho más las ocasiones en las que he sido bien atendido que mal por un funcionario.

Pero en este caso me tocó una de estas personas que son abducidas por el ordenador, como si de un agujero negro se tratase y no pudieran evitar estar mirando a la pantalla, mostrando una manifiesta incapacidad para enfocar la vista hacia los ojos del usuario o cliente de la Administración. No voy a caer en el sesgo fácil de decir que son malos o buenos profesionales, no es esa la cuestión: lo que ocurre es que no han desarrollado o carecen completamente de una serie de habilidades, que para mí gusto, son esenciales en la atención a una persona, o por otro lado, puede que estén muy quemados de su trabajo y disminuyan su calidad en la atención al público.

Es llamativo como se habla mucho últimamente de hacer cambios serios en cuanto al trabajo de los funcionarios (por ejemplo, desarrollar herramientas para medir su productividad e incluso valorar el establecimiento de sueldos variables según sea ésta), pero desde hace mucho tiempo las pruebas selectivas no han cambiado prácticamente nada. Se evalúa a los aspirantes como si fueran máquinas: conocimientos de legislación, muchas pulsaciones en el teclado y facilidad con la ofimática, y ahí queda todo (que tampoco digo que sea poco).

 Resulta cuanto menos curioso que cada año que pasa se desarrollen herramientas cada vez más avanzadas para la evaluación de candidatos, no paran de surgir consultoras que nos prometen la mejor selección posible y vemos cada día en las redes innumerables foros y blogs donde se discuten las mejores fórmulas de selección de personal en el ámbito de la empresa privada, pero en el ámbito del Empleo Público, nada cambia sustancialmente.

Puedo estar muy equivocado, y agradeceré que me corrijan, pero a excepción de los empleos en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y algún que otro empleo público más, no se hace una valoración de aspectos personales, actitudinales o motivacionales para la evaluación de un candidato a un puesto en la Administración.

En resumen, y mal que nos pese, dependemos en la mayoría de las ocasiones de las ganas de la persona que está detrás de la mesa o mostrador para que exista una atención eficiente, porque las pruebas que se usan para evaluar su idoneidad para el puesto no contemplan de momento cuestiones como habilidades sociales, escucha activa o empatía.

¿Y a ti, te cuesta mirar a la cara?

Oliver Serrano León 

TWITTER: ¿MEDIOS O FINES?

Una de las cosas que más me llama la atención de twitter es que uno de los temas preferidos para hablar es el propio twitter (algo que alguna vez he denominado en mi timeline como “metatuiteo”). Pienso que una de las razones de este fenómeno es la explosión de popularidad que ha tenido esta red en el último año en España, y que también, de alguna manera, todos nos asombramos cada día de la cantidad de gente interesante que podemos conocer y del funcionamiento ágil y rápido que nos ofrece el la aplicación del pajarito.

Casi todos, en cierta medida, conocemos ya las bondades de twitter: hay gente que le da un uso algo histriónico y retransmite por la red sus sentimientos, emociones y quehaceres diarios; ciertas personas publican en el pequeño espacio disponible frases o citas para la reflexión (algo así como algunos sobres de azúcar en su parte trasera),otros prefieren usarlo como una vía de promoción de su producto; algunos lo usan como extensión de su blog personal o profesional, y muchos hacen un uso que yo denominaría “mixto”: tuitean lo que escriben en la blogosfera, pero sin dejar de tener una participación activa compartiendo enlaces interesantes y manteniendo mini conversaciones en los ratos que pueden.
En cualquier caso, y como quiera que sean sus múltiples usos, hay que reconocer que el crecimiento en su número de usuarios su popularidad no hacen más que crecer, llegando a ser en muchas ocasiones un medio de comunicación de referencia; también he comentado alguna vez en el timeline que antes en la TV referencias a twitter, y ahora pasa lo contrario, nos enteramos de las cosas de la TV por twitter ( y si hacemos algo de fuerza, logramos que algunos tuiteros aparezcan en la pantalla ).
Pero no es mi intención hacer un pormenorizado estudio del comportamiento tuitero (ya en su día hice un pequeño acercamiento hablando del egocentrismo 2.0). Mi reflexión va dirigida al planteamiento con el que participamos en twitter. Cuando leía el otro día una frase de @AgustiLopez, que decía algo así como “si te das de alta en linkedin pero no haces nada, en vez de una red se convierte en un directorio”, me hizo pensar enseguida que en muchas ocasiones tenemos unas expectativas demasiado elevadas con respecto al mundo 2.0
En general solemos tener un problema con los objetivos y las expectativas de cambio. Uno de los fenómenos que ocurren con más frecuencia es que queremos que algo cambie, pero sin cambiar nada (como si se tratase de pulsar un botón on/off para generar el cambio). @JoseLdelCampo y otros muchos blogueros del área de empleo y recursos humanos ya han comentado varias veces que el 2.0 no sirve de mucho si no profundizamos un poco más. El hecho de estar inscritos o apuntados en una red, ya sea social, profesional o de otro tipo, no implica ningún hecho en particular, aunque estemos “conectados”.
Sin embargo muchas veces ocurre lo contrario: pensamos que una herramienta “mágica” nos dará nuevas y múltiples oportunidades, y que la vida ya no será como antes. La ilusión del control nos domina, generamos expectativas no realistas, bien por desconocimiento o por una excesiva idealización de las posibilidades del pajarito azul, y no somos conscientes de que quizás sea él quien nos domine de alguna manera. Twitter es una magnífica herramienta de comunicación, pero no la confundamos con un fín en sí mismo.
Lo malo del asunto es que si nuestros objetivos se sitúan a la altura del Everest, y nada más llegar al campo base nos sentimos agotados, sin oxígeno y desanimados, es posible que fuera mejor escalar pequeñas colinas todos los días. Pensamos que twitter es todo y todo está en twitter, pero no es así: el panorama es bastante “sectario” todavía, y es más una mayoría que no está que la que sí, aunque la participación de los diferentes sectores sociales sea cada vez mayor. En todo caso todavía hay muchos segmentos de la población que no usan twitter, y eso hay que tenerlo en cuenta.
Visto lo visto, mejor sería plantearnos objetivos como “voy a ver si encuentro personas o enlaces interesantes por aquí” que “surgirán decenas de proyectos innovadores que harán que mi futuro dé un vuelco”. Lógicamente son dos ejemplos muy extremos, y las cosas no son nunca negras o blancas del todo, pero en todo caso o ideal es plantear objetivos más cercanos y alcanzables, y sobre todo, no esperar demasiado a cambio de nada. Ni mucho menos quiero ofrecer una visión pesimista del asunto: se pueden lograr muchas cosas con twitter, pero son las que son, y para subir una escalera hay que ir peldaño a peldaño, porque si no corremos un riesgo muy probable de darnos un buen trastazo.
Twitter nos ofrece información, comunicación…un medio muy eficaz para estas labores, y que seguramente nos puede ayudar mucho a establecer nuevos enlaces y contactos, pero no subestimemos el 1.0; el timeline sigue corriendo pero debemos ser nosotros los que decidamos qué camino elegir.

Oliver Serrano León

SI NO PUEDES HACERLO, NO DIGAS QUE SÍ

Llevo unas cuantas semanas un tanto alejado de la blogosfera y de twitter, debido a obligaciones profesionales. Apenas he podido leer algún post de interés o interaccionar con alguien porque he estado impartiendo un curso que me ha exigido el 120% de mis esfuerzos, y mi familia tampoco ha visto mi cara demasiado en estos últimos días.


 En un post de principios de año relataba como me sentía ante el ERE que se avecinaba sobre la fundación en la que trabajaba. Recibí muchos comentarios de ánimo (que aprovecho para volver a agradecer), y en su gran mayoría me encomendaban al sentido de la oportunidad que tiene un período de crisis; los períodos se incertidumbre pueden venir a ser pequeñas revoluciones desde donde surgen los cambios.

En plena etapa de reuniones, firmas de documentación para el abogado, manifestaciones y demás tareas propias del trabajador que pierde ilegal e injustamente su trabajo, sonaba mi teléfono para una propuesta de docencia para un curso de los servicios públicos de empleo; era una de esas famosas oportunidades que supuestamente surgen desde el hoyo del desempleo. Suelo ser reflexivo a la hora de tomar decisiones, pero en este caso fui algo impulsivo y dije que sí; faltaban muy pocos días y aunque el tiempo escaseaba, me iban a facilitar bastante material y lo que pagaban estaba bien y el dinero siempre hace falta.

Pero pequé de ingenuo. Por mucho que te faciliten la labor, no se prepara un curso en pocos días, y menos aún cuando la documentación administrativa (independiente de la documentación para los alumnos) es amplia y exigente. A pesar de estar desempleado, no estoy desocupado, tengo otro trabajo un par de tardes a la semana que me piden una total atención y una familia en casa que espera que no sólo esté fisicamente (que he estado bien poco) sino también mentalmente.

En resumen, he pasado muchos días de muchísimo trabajo, robándole horas al sueño para ofrecer un mínimo de calidad y sobre todo, transmitir conocimiento y no retransmitirlo (tal y como decía en uno de mis ultimos posts)…pero la pregunta que me hago hoy, que ya he acabado de impartir docencia es…¿Ha valido la pena?

Sí y no. He tenido la oportunidad de conocer a profesionales que están invirtiendo muchas horas de su vida en aprender y mejorar; sin duda, si no hubiera impartido los módulos de este curso, no podría haber contactado con ellos. Y es más, me llevo su gratitud que, valga la redundancia, les agradezco de infinito; me voy orgulloso de haberles motivado a seguir con el curso y de que, al menos, les hayan quedado claras unas cuantas ideas.

Pero por otra parte, he estado muy al límite, y lo que es peor, no tuve tiempo de preparar la parte metodológica y tuve una inspección del curso que no fue del todo favorable, hecho que me dejó algo tocado. En todo caso, la experiencia me sirve para tener las cosas más claras la próxima vez, y me he propuesto a mí mismo una serie de normas que se resumen en la frase que da título al post: Sí no puedes hacer algo, no digas que sí.

No creo que tenga mucho que ver con la asertividad, aunque pudiera parecerlo; más bien, en mi caso, ha sido el impulso por estar activo, por enseñar, y lógicamente por tener unos ingresos que no estaban previstos. Pero no lo he hecho de la mejor forma. Ponía un ejemplo a una persona acerca de este tema el otro día: “Tan importante es conducir bien como tener el carné de conducir”.

Me refiero a que uno puede creer que es un buen profesional, pero hay que tomar las decisiones con cierta mesura, y sobre todo ser consciente de que las cosas bien hechas llevan tiempo, y no se puede ir deprisa y corriendo porque corremos el riesgo de caernos. No se si me he caido o no, pero sí que probablemente me haya resbalado un poco; lo bueno es que un resbalón se arregla levantándose, y si en el suelo había algo de barro, pues se lava y a lucir de nuevo esa ropa que nos gusta tanto.

Hoy estoy más tranquilo, con ganas de sentarme a pensar, de disfrutar de mi familia y de reflexionar acerca de mi futuro, ya que hay opciones interesantes a la vista, pero sobre todo intentaré seguir con la máxima que me he propuesto: si no puedo hacer algo, diré que no y evitaré las 140 pulsaciones por minuto, que no son demasiado sanas.

Oliver Serrano León

POR FAVOR, TRÁTEME BIEN

En esta semana santa he terminado un libro que deseaba leer porque me había encantado el último éxito de este autor. El libro en concreto se titula «Blink. The power of thinking without thinking» de Malcolm Gladwell ( autor de éxitos como Fueras de Serie, La Clave del éxito o Lo que vio el perro y otras aventuras) traducido al español por Gloria Mengual y al que titularon «Inteligencia Intuitiva, porqué sabemos la verdad en dos segundos». Es una obra del año 2005, editada en España, como todos los libros del autor por Taurus.

Malcolm Gladwell es escritor, periodista y crítico cultural. Nacido en Inglaterra en 1963, trabajó como periodista para The Washington Post, escribiendo a partir de 1996 para la revista The New Yorker. Su estilo ágil y dscriptivo, va hilando suavemente sus conclusiones pasando de un experiment cietífico a otro hasta demostrar las ideas que va planteando.

De este «Inteligencia Intuitiva», me gustaría hoy, compartir un fragmento que presenta algunas reflexiones que podemos utilizar para pensar en la atención al cliente que se produce en nuestra empresa, tema ya tratado en post anteriores, y sobre todo de cómo prevenir las reclamaciones con gestos muy sencillos.

Según Gladwell  «Aunque parezca mentira, el riesgo de que demanden a un médico por negligencia tiene muy poco qué ver con cuantos errores ha cometido. Al analizar este tipo de pleitos se comprueba que hay médicos muy capacitados a quienes interponen muchas demandas, y médicos que cometen muchos errores sin haber estado jamás ante un tribunal (…)» En otras palabras, los pacientes no entablan pleitos por los daños que les hayan causados una atención médica chapucera..

¿ Qué es ese algo más? Es la forma en la que fueron tratados, en el ámbito personal, por su médico. Lo que se admite una y otra vez en los casos de negligencia es que los pacientes se quejan de que se les despachó enseguida, no se les escuchó o recibieron una atención deficiente. (…) La gente no demanda a los médicos que le gustan, opina Alice Burking, una destacada abogada experta en casos de negligencia médica. (…) Cuando ha venido alguien diciendo que quería demandar a determinado especialista, lo que le decimos nosotros es: «No creemos que ese doctor haya sido negligente. Pensamos que es su doctora de atención primaria quien se ha equivocado» A lo que el cliente responderá: » No me importa lo que haya hecho ella. Me encanta y no voy a llevarla a juicio»

¿ Crees que simplemente prestando más atención a nuestros clietes y siendo más cálidos, disminuirán las reclamaciones a nuestra empresa?

Sergio Martin Corzo

Viñeta: Forges

FORMACIÓN CONTINUA: ¿PASAS LA ITV DE VEZ EN CUANDO?

A todos nos suena de algo la ITV. Tengamos vehículo a motor o no, más de una vez habremos oído cosas como “me toca pasar la ITV”, “ no veas las colas que se forman…”, “tengo que cambiar las gomas porque si no, el coche no me va a pasar la inspección….”, etc…

El Real Decreto 2344/1985, de 20 de noviembre, por el que se regulaba la inspección técnica de vehículos (ITV), estableció los tipos y frecuencias de las inspecciones técnicas a que han de someterse los vehículos matriculados en España. El citado Real Decreto dispuso la incorporación escalonada de los vehículos particulares a la obligatoriedad de inspección técnica, haciendo viable de este modo la adecuación de la oferta inspectora al aumento de la demanda de inspecciones derivadas del calendario escalonado previsto en la disposición transitoria tercera de la citada norma.

Más allá de cuestiones legales y legislativas, en el momento de entrar en los talleres de inspección a muchos de nosotros nos entra un pelín de miedo (los que tienen coches nuevos algo menos, seguro), quizás por el temor a “no pasar la prueba” o por las molestias que nos ocasionaría tener que pasar por el taller a arreglar los desperfectos detectados. Sin embargo, una vez que nos dan el visto bueno y nos ponen la pegatina en el margen superior derecho del parabrisas, nos vamos tranquilos a casa porque sabemos que no somos potenciales asesinos en la carretera (al menos por motivos mecánicos) y hasta dentro de unos meses o años no tendremos que llevar de nuevo el coche a revisión.

Cuando hablamos de formación, en el fondo también nos gusta tener pegatinas. Al contrario que los coches, donde usamos una rasqueta o espátula para eliminar los antiguos adhesivos de la ITV y dejar sólo el más reciente, en nuestro curriculum nos encanta tener etiquetas, pegatinas y diversas maneras de categorizar los infinitos cursos que hacemos (lo que ya en muchas partes se ha nombrado como “cursitis” o sobreformación). El problema es que en muchas ocasiones entendemos la formación como una etapa de la vida que empieza en un sitio y acaba en otro, y las pegatinas se nos quedan viejas, obsoletas y poco acordes con los requerimientos actuales del sistema.

Es habitual que esas personas que contemplan la formación como una etapa aislada y no como parte de un proceso vital contínuo vean las acciones formativas como una “pesadez a la que nos obliga la empresa y encima no sirve para nada”, o como una manera de no quedarse atrás con respecto a otras personas de su entorno o potenciales competidores en el mercado laboral. Si volvemos a la metáfora de la ITV, estos profesionales cumplen con los requisitos mínimos para tener la pegatina nueva: van al taller, reparan lo que tengan que reparar, pero con el único objetivo de “superar el trámite”. No depositan cariño en mantener el coche día a día, sino que a última hora y con prisas intentan tener todo a punto para pasar el dichoso trámite

Con este tipo de filosofía, hacemos de la formación una suerte de “acatamiento formativo” donde nos dedicamos a recibir discursos y clases magistrales con el fin de obtener el diploma; quizás no nos importan demasiado los contenidos, sino lo que pone el diploma y el número de horas que nos contará en el CV.  Kiko Veneno titulaba un disco suyo “Está muy bien eso del cariño”; yo digo que “Está muy bien eso de formarse”. Si hace unos días hablaba de mi experiencia y mis actitudes ante la docencia, hoy me gustaría centrarme desde el punto de vista del alumno.

Para mi opinión la formación no debería tener un inicio ni un final establecido cronológicamente; deberíamos estar abiertos a la actualización de conocimientos permanente, no necesariamente con acciones formativas concretas, sino actualizando nuestros conocimientos con las infinitas herramientas que nos otorga la red 2.0 hoy en día. Tenemos a nuestra disposición plataformas online con las cuales poder compatibilizar nuestros horarios laborales con los de la formación, cientos de wikis y foros para poder conversar y aportar opinión y conocimiento sobre múltiples temáticas y un sinfín de oportunidades para formarnos.

Pero más allá de esto, contemplo la formación como una necesidad de “estar al día”. En muchas profesiones siempre ha sido conditio sine qua non para poder ejercer (por ejemplo, un abogado debe actualizarse constantemente en materia legislativa; un mecánico debe estar formado en herramientas electrónicas de diagnosis, etc…); sin embargo, estas acciones son sólo parte del proceso, porque aunque estemos actualizados podemos seguir teniendo “orejeras” que sólo nos permiten una visión de túnel: “Como yo aprendí de esta manera, pues hago las cosas de esa manera”.
No quiero dar a entender con los párrafos anteriores que debamos estar obsesionados con la asistencia a cursos de reciclaje ni a darnos de alta en decenas de foros y wikis. No se trata de eso. Mi filosofía es que debemos entender el aprendizaje como una parte más de nuestra profesión; si necesitamos comer, dormir y comunicarnos todos los días ¿por qué no dedicar un poco de tiempo a ver las cosas de otra manera? ¿Por qué no ponernos al día con aquellas materias que vimos en la facultad y que ya están desfasadas?

No pases la ITV formativa sólo por cumplir. Piensa que, en el mejor de los casos formarte te hará mejor profesional, y de rebote puedes conocer a grandes profesionales, tanto si haces formación presencial o a distancia. No mires ir a clase o darte de alta en un foro como una recepción de información: compartir conocimientos, participar, dialogar, discutir y llegar a algunas conclusiones también es aprender. La formación debería ser permanente interacción y aprendizaje mutuo. Si de verdad te gusta tu profesión, hazle un mantenimiento diario y no esperes al último día, tú y los demás seguro que lo agradecerán.

Oliver Serrano León

ORIENTACIÓN LABORAL: OLVÍDATE DE LOS DOGMAS DE FE

“De acuerdo a la doctrina contemporánea de la Iglesia Católica Romana, un dogma es una proposición de fe o de moral revelada por Dios, transmitida por la tradición apostólica, y propuesta formalmente por la Iglesia a los fieles, sea por la autoridad papal, por un concilio o simplemente por el magisterio ordinario de la sucesión apostólica de los obispos. La creencia en los dogmas de fe es condición indispensable para la pertenencia a la Iglesia cristiana; de acuerdo al principio de extra ecclesiam nulla salus («no hay salvación fuera de la Iglesia»), se considera que la aceptación integral de los dogmas contenidos en el Catecismo es indispensable para la salvación del alma.
Los dogmas incluyen tanto la doctrina explícitamente presente en el texto de la Biblia como la contenida en la Tradición y formalizada por la enseñanza eclesiástica (Magisterio). Los artículos del Credo, la infalibilidad del Papa, la Inmaculada Concepción de María o la transubstanciación de la hostia y el vino en la misa son ejemplos de dogmas de la segunda clase”
(tomado íntegramente de la Wikipedia, aquí).
Introduzco el post con una definición de dogma porque creo que los que hemos trabajado hasta ahora en orientación laboral hemos sido algo dogmáticos, aunque probablemente sin mala fe, nunca mejor dicho 😉
En muchas ocasiones nos hemos malacostumbrado a practicar un proceso de orientación basado en listados, consejos y dogmas. No tenemos en cuenta la posición que tenemos e la oficina. Al fin y al cabo, somos consultores, porque la gente nos consulta y lo que es peor, a veces rozamos una pseudodivinidad según para qué personas
A los orientadores nos encanta tener listados, cuantos más listados mejor, y si tienen muchos colorines y dibujitos, pues mejor. Listas de empresas de todo tipo, direcciones, telefonos, mails, etc. No se nos escapa nada ni nadie: a casi todo el mundo le  podremos dar unas cuantas fotocopias para quedarnos medianamente tranquilos.
Por otro lado, somos especialistas en consejos: “yo que tú lo haría así….no deberías planteártelo de esa manera….si quieres ya verás que puedes”…etc. Queda bonito y seguramente algo decimos cosas que pueden ser útiles, pero también se convierten otras veces en palabras que se quedan sólo en eso, en palabras.
Aunque para mí gusto lo más preocupante son lo dogmas de fe que trasmitimos, aunque sea “sin querer”, ante el usuario. No pretendo que al arte de orientar sea una ciencia exacta, ni que las situaciones de búsqueda  de empleo se puedan explicar con fórmulas matemáticas, pero deberíamos reflexionar por qué decimos lo que decimos y cómo lo decimos.
Hay varios ejemplos que son especialmente dogmáticos: el primero que recuerdo es el tamaño del curriculum. No son pocas las páginas Web, libros u orientadores que recomiendan que “el cv, si es posible, que sólo tenga una página”.Yo siempre he estado en desacuerdo con esa norma, sobre todo porque no veo qué sentido tiene. Para eso está carta de presentación: para servir de “trailer” de nuestra película y resumir datos, condensar información y atraer la atención de las personas encargadas de la selección.
Otros dogmas clásicos en la materia son imperativos acerca de la entrevista (“Haz esto”, “No hagas lo otro”). También estoy en desacuerdo en ese tipo de afirmaciones que “se dicen porque sí”, sobre todo porque obviamos preguntarnos a nosotros mismos en qué medida sabemos lo que estamos diciendo como orientadores. Podría citar varios ejemplos más, pero ese no es el eje central del problema.
Lo malo es que no nos planteamos, tanto como profesionales de la orientación como usuarios de estos servicios el por qué de las cosas. Los de un lado de la mesa se lo creen, y los del otro también. Se lanzan consignas al aire, a veces sin demasiada justificación y se convierten en  prototipos de respuesta; en el fondo a veces hacemos una orientación mecánica, sin salirnos de ciertas esterotipias de conducta.
Quizá todo el post pueda tener un tufillo a reprimenda. Es posible, pero para todos. Si somos los desempleados que usamos el servicio de orientación, no asumamos el itinerario que nos propongan como un acto de fe. Planteémonos si queremos comprimir el cv en un hoja y convertirlo en folletín, o nos gusta algo más amplio aunque lleve un minuto más leerlo; pensemos en lo que queremos realmente y si podemos hacerlo sólo acumulando listados.
Y si estamos detrás de la mesa y los papeles, parémonos a pensar por un momento si no es hora de cambiar la entradilla “Deberías hacerlo así….” Por algo más sensato como “¿Cómo crees que deberías plantearte esto?” Evitemos los dogmas socio-laboral-afectivos, y hagamos un poquito de trabajo algo más personal; no significa que practiquemos la anarquía, sino ir más allá de las recopilaciones de páginas amarillas, de papeles reciclados con webs y del color de corbata más recomendable para ponerse en una entrevista.
Otros opinarán lo contrario, pero para mí la búsqueda de empleo y el proceso de orientación no es una cuestión de fe. Una actitud adecuada ayuda, desde luego, pero no son los dogmas los que nos van a ayudar a orientar mejor o conseguir trabajo.
Oliver Serrano León