SI NO PUEDES HACERLO, NO DIGAS QUE SÍ

Llevo unas cuantas semanas un tanto alejado de la blogosfera y de twitter, debido a obligaciones profesionales. Apenas he podido leer algún post de interés o interaccionar con alguien porque he estado impartiendo un curso que me ha exigido el 120% de mis esfuerzos, y mi familia tampoco ha visto mi cara demasiado en estos últimos días.


 En un post de principios de año relataba como me sentía ante el ERE que se avecinaba sobre la fundación en la que trabajaba. Recibí muchos comentarios de ánimo (que aprovecho para volver a agradecer), y en su gran mayoría me encomendaban al sentido de la oportunidad que tiene un período de crisis; los períodos se incertidumbre pueden venir a ser pequeñas revoluciones desde donde surgen los cambios.

En plena etapa de reuniones, firmas de documentación para el abogado, manifestaciones y demás tareas propias del trabajador que pierde ilegal e injustamente su trabajo, sonaba mi teléfono para una propuesta de docencia para un curso de los servicios públicos de empleo; era una de esas famosas oportunidades que supuestamente surgen desde el hoyo del desempleo. Suelo ser reflexivo a la hora de tomar decisiones, pero en este caso fui algo impulsivo y dije que sí; faltaban muy pocos días y aunque el tiempo escaseaba, me iban a facilitar bastante material y lo que pagaban estaba bien y el dinero siempre hace falta.

Pero pequé de ingenuo. Por mucho que te faciliten la labor, no se prepara un curso en pocos días, y menos aún cuando la documentación administrativa (independiente de la documentación para los alumnos) es amplia y exigente. A pesar de estar desempleado, no estoy desocupado, tengo otro trabajo un par de tardes a la semana que me piden una total atención y una familia en casa que espera que no sólo esté fisicamente (que he estado bien poco) sino también mentalmente.

En resumen, he pasado muchos días de muchísimo trabajo, robándole horas al sueño para ofrecer un mínimo de calidad y sobre todo, transmitir conocimiento y no retransmitirlo (tal y como decía en uno de mis ultimos posts)…pero la pregunta que me hago hoy, que ya he acabado de impartir docencia es…¿Ha valido la pena?

Sí y no. He tenido la oportunidad de conocer a profesionales que están invirtiendo muchas horas de su vida en aprender y mejorar; sin duda, si no hubiera impartido los módulos de este curso, no podría haber contactado con ellos. Y es más, me llevo su gratitud que, valga la redundancia, les agradezco de infinito; me voy orgulloso de haberles motivado a seguir con el curso y de que, al menos, les hayan quedado claras unas cuantas ideas.

Pero por otra parte, he estado muy al límite, y lo que es peor, no tuve tiempo de preparar la parte metodológica y tuve una inspección del curso que no fue del todo favorable, hecho que me dejó algo tocado. En todo caso, la experiencia me sirve para tener las cosas más claras la próxima vez, y me he propuesto a mí mismo una serie de normas que se resumen en la frase que da título al post: Sí no puedes hacer algo, no digas que sí.

No creo que tenga mucho que ver con la asertividad, aunque pudiera parecerlo; más bien, en mi caso, ha sido el impulso por estar activo, por enseñar, y lógicamente por tener unos ingresos que no estaban previstos. Pero no lo he hecho de la mejor forma. Ponía un ejemplo a una persona acerca de este tema el otro día: “Tan importante es conducir bien como tener el carné de conducir”.

Me refiero a que uno puede creer que es un buen profesional, pero hay que tomar las decisiones con cierta mesura, y sobre todo ser consciente de que las cosas bien hechas llevan tiempo, y no se puede ir deprisa y corriendo porque corremos el riesgo de caernos. No se si me he caido o no, pero sí que probablemente me haya resbalado un poco; lo bueno es que un resbalón se arregla levantándose, y si en el suelo había algo de barro, pues se lava y a lucir de nuevo esa ropa que nos gusta tanto.

Hoy estoy más tranquilo, con ganas de sentarme a pensar, de disfrutar de mi familia y de reflexionar acerca de mi futuro, ya que hay opciones interesantes a la vista, pero sobre todo intentaré seguir con la máxima que me he propuesto: si no puedo hacer algo, diré que no y evitaré las 140 pulsaciones por minuto, que no son demasiado sanas.

Oliver Serrano León