Hoy tenemos el placer de compartir un post con Manuela Battaglini, Consultora social media empresarial (la pueden seguir en su blog o en twitter @manuelabat). Antonio Machado decía “caminante, se hace el camino al andar…”; nosotros pensamos que el 2.0 se hace colaborando y compartiendo, y por qué no, elaborando un post conjunto, como ya hiciéramos una vez con Juan Martinez de Salinas. Les dejamos con la entrada, que habla de la excelencia.
Hace unos días recibí en mi bandeja de entrada un enlace de un post en el que se hablaba de la importancia de la imagen, o más bien, de la importancia que los demás le damos a la imagen. Como bien dice Joan Jiménez, todos somos una marca, y esa marca está definida por lo que los demás piensan de nosotros.
A mí particularmente el tema de la imagen siempre me ha parecido muy curioso y muy alarmante al mismo tiempo, porque los seres humanos juzgamos a los demás desde el punto de vista de nuestros principios, por lo que se vuelve un baremo extremadamente subjetivo.
Elegimos a nuestros socios si su imagen se corresponde con la idea que tenemos de “empresa en condiciones”, ocurre lo mismo con nuestras amistades y también con nuestras parejas. Dudamos del profesional que se presenta ataviado de acuerdo a su manera de ser, sea la que sea y, en cambio, nos fiamos de trajes y corbatas por el mero hecho de creer que corresponden a una imagen de persona seria.
Con tanto racionalizar la vida hemos dejado a parte algo tan esencial y tan acorde a la raza humana, como es el instinto. El instinto es ese pequeño pero infalible detector que te pone alerta ante una situación determinada, ante un peligro, ante una persona.
Las personas que han tenido éxito en la vida son las que han tomado decisiones rápidas porque su olfato les ha indicado que no debían dejar de pasar la ocasión. Puro instinto. Quizás es hora de empezar a usar el instinto en nuestra relación con las personas.
Pero yo creo que sólo hay una manera de salir de este círculo vicioso por el cual se rige la inmensa mayoría y es: la excelencia. Ser el mejor, o pertenecer al grupo de los mejores.
Pero sólo hay sitio para unos pocos en este olimpo, y por este motivo es que hay que actuar siempre con excelencia. En palabras de Aristóteles: “Somos lo que hacemos día a día; de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”.
Cuando somos excelentes nadie nos va a cuestionar cómo vestimos, ni si llevamos el pelo largo y con coleta, ni si caminamos de cierta manera o si vivimos en medio del campo. A las personas excelentes se les admira por lo que hacen y por lo que son, y no por lo que tienen.
Seamos excelentes para que la imagen, los prototipos, los prejuicios y los estereotipos no tengan relevancia en nuestro quehacer. ¿Pero qué es la excelencia desde el punto de vista empresarial? Desde hace varios años vienen implantándose en las empresas sistemas de gestión de la calidad (a todos nos suenan las normas ISO), o modelos menos normativos como el que se establece a partir del EFQM
La calidad significa aportar valor al cliente, esto es, ofrecer unas condiciones de uso del producto o servicio superiores a las que el cliente espera recibir y a un precio accesible. También, la calidad se refiere a minimizar las perdidas que un producto pueda causar a la sociedad humana mostrando cierto interés por parte de la empresa a mantener la satisfacción del cliente.
Una visión actual del concepto de calidad indica que calidad es entregar al cliente no lo que quiere, sino lo que nunca se había imaginado que quería y que una vez que lo obtenga, se dé cuenta que era lo que siempre había querido.
Entendamos entonces la excelencia como un proceso de “calidad total”, en donde la mejora es continua. Nos hemos acostumbrado a los esfuerzos que hacen muchas organizaciones por ofrecer la excelencia, tanto en sus productos como en sus servicios, que quizás hemos olvidado el esfuerzo personal y profesional que debemos hacer nosotros mismos para ser excelentes. No es suficiente con ser bueno; vayamos un poco más allá y ofrezcamos lo mejor de nosotros mismos, busquemos un valor añadido y una ventaja competitiva.
Estamos en la era de las personas, en un mundo regido por la tecnología pero que tiene muy en cuenta que detrás de cada teclado hay un ser humano. Pero no es el momento de todas las personas. Ahora es cuando hay que demostrar que realmente somos excelentes para ganarnos, primero nuestro propio respeto, y después, el respeto de los demás. Y es aquí cuando ya nos podemos presentar al mundo “en bombachos y cholas” que nadie nos va a cuestionar.
¿Qué haces tú para lograr la excelencia?
Manuela Battaglini, Formación y Talento