Twitter como vía de formación continua

Hoy tengo el placer de compartir post con uno de los blogueros y tuiteros canarios más activos e implicados en la red, Ángel Cabrera. Si no lo conocen, recomiendo seguirle en su cuenta de Twitter y en alguno de sus blogs, publicados al final del post.


El gran descubrimiento de las redes sociales no son las herramientas tecnológicas en si mismas, a nuestro juicio, sino que han sabido centrar la actividad alrededor del usuario. Lo cierto, aunque se enfade algún que otro gurú del 2.0, es que Facebook o Tuenti podrían considerarse un foro y Twitter un chat, salvo que los primeros no están centrados en el tema de discusión ni el segundo en una sala de conversación.
En definitiva, en los recursos anteriores al 2.0 se seguía a una fuente de contenido, mientras que ahora se sigue a un perfil, a otra persona, que genera o recomienda contenido. Es una notable diferencia, ya que la red social nos permite interactuar con esa persona a la que seguimos, bien sea porque nos gusta como escribe, lo que opina o porque nos atrae, en términos generales, el contenido que aporta en la red. Al fin al cabo, lo mejor que tiene la filosofía 2.0 es que ese contenido lo generamos entre todos, y al igual que seguimos a mucha gente, otra tanta (más o menos), tiene la posibilidad de seguirnos si cree que aportamos algo de valor a la red.
Twitter es una red social de microblogging donde cada usuario aporta contenidos limitados a una cadena de 140 caracteres. Tiene sus propias costumbres y su propia subcultura, como en todo este tipo de herramientas. Cada quien va aportando en lo que se llama su “timeline” aquello que le merece su interés. Desde chascarrillos varios hasta enlaces a contenidos de alto nivel técnico. Tú decides a quien seguir y qué uso das (o qué aportas). Twitter no está hecho para buscar amigos; hace tiempo leí un tweet que, para mi gusto, define perfectamente la herramienta: “En Facebook buscas reencontrarte a las personas que ya conocías, y en Twitter esperas encontrar gente nueva”
Hay discusiones constantes en la red sobre si Twitter es red social, medio de comunicación o simplemente un vicio para matar el rato. Sea lo que fuere, Twitter nos permite obtener información de casi cualquier ámbito de manera actualizada y proveniente de diversas fuentes, y además podemos recomendarla a nuestros seguidores, criticarla o aportar algo más a lo que se dice. Sin duda, muchos de los contenidos expuestos en el timeline son útiles, pero no sólo a nivel informativo, sino a nivel formativo también, ya que disponemos a lo largo del día de numerosos artículos y enlaces de personas expertas (aunque a veces no tanto) en muchísimas materias. Nos atreveríamos a decir que actualmente no hay medio de comunicación más actualizado y dinámico que Twitter.
Hasta ahora, al menos en nuestro caso, cuando pensábamos en formación continua, se dibujaba ante nosotros un aburrido trámite de llenado de solicitudes, fotocopia de documentos y selección restringida de temática. Cada año procurábamos hacer 1 ó 2 cursos de 25 horas sobre temas muy concretos que pueden ir desde técnicas para hablar en público hasta montaje de vídeo. El hilo común era el interés particular por ese tipo de formación y a nivel genérico digamos que se centra en lo que puede ser un polifacético aspirante a community manager. La formación continua, gestionada a través de la Fundación Tripartita, ofrece sin duda un amplio espectro de actividades para el reciclaje profesional, con el único límite de 270 horas anuales, pero no cabe duda de que el catálogo de acciones formativas, por desgracia, se queda desfasado en muchas ocasiones y no va más allá de cursos con los mismos contenidos que hace diez años (aunque sería injusto generalizar y decir que “todos” los cursos son malos o arcaicos).
Los autores de este post compartimos un  “timeline” que está lleno, pues, de profesionales de la psicología y el coaching, los recursos humanos, formación,  periodismo, marketing, la programación, blogueros –quizás nuestra común predilección-, aspirantes a escritores y una ensalada de adictos al 2.0 con una guinda de personas con una especial sensibilidad por temas sociales y solidarios. Un batiburrillo que define perfectamente nuestro apetito de conocimiento, aquello que nos motiva al aprendizaje continuo.
Las aportaciones que realizan en 140 letras, pero sobre todo los enlaces a contenido que aportan van creando, en el tiempo, un hilo de formación continua que empiezas a apreciar a la distancia, cuando esas lecturas empiezan a repercutir en tu día a día habitual, sobre todo en el aspecto profesional.
El 2, yo te empujo a ti, tú me empujas a mí. El 0, nula resistencia a los cambios, total adaptación. El resultado, conocimiento en red.

¿Has hecho ya tu máster de búsqueda de empleo?

Este verano no he posteado casi nada. Sumando las vacaciones y las vueltas a la cabeza que he dado con nuevos proyectos, sí que me ha dado tiempo de reflexionar sobre varios temas.
Uno de ellos es el gran crecimiento que han experimentado los blogs y tuiteros (en algunas ocasiones, un servidor) que hablan sobre recursos humanos, pero más concretamente sobre orientación profesional y búsqueda de empleo. En los últimos años los servicios de ayuda para el desempleado se han multiplicado, ya sea a través de los servicos públicos de empleo de las comunidades autónomas (servicios OPEA, tutores de empleo, etc…) y también, como ya decía antes, a través de muchísimos posts y tuits en la red.
No cabe duda de que el desempleo puede ser una de las mayores preocupaciones para los españoles en la actualidad. Son millones las personas y familias que se encuentran en paro y tienen que vérselas cada día con situaciones complicadas, no sólo a nivel económico, sino en la mayoría de las ocasiones también a nivel social y psicológico.
Quedarse en situación de desempleo supone, a priori, una serie de consecuencias:
         Menos o nulos ingresos económicos.
         Situación de indefensión aprendida, en donde por mucho que hagamos parece que no conseguimos nada.
         Pérdida o dificultad para el mantenimiento del status social.
         Desconocimiento del mercado laboral, sobre todo en los casos en los que se llevaba trabajando en el mismo puesto y empresa durante largos años.
Sin entrar en detalle en otras posibles consecuencias, lo que sí queda claro es que estamos ante millones de “consumidores” que necesitan de un “servicio” en concreto. Ya hace tiempo se ha planteado en algunos blogs la pregunta de si pagaríamos por que alguien nos facilitara la búsqueda de empleo, o directamente, nos encontrara un trabajo. Alfonso Alcántara hablaba de ello en dos posts de hace ya algún tiempo, donde se describían los servicios  “premium” o de pago que habían establecido algunas webs de búsqueda de empleo o de networking. No es el motivo de mi post entrar a discutir o no si estos servicios son caros o baratos (es conveniente revisar la discusión generada en los dos posts de Yoriento) sino más bien discutir acerca de ¿Por qué da tanto miedo en España pagar por estos servicios?
Creo que uno de los principales motivos es el temido “voluntarismo” que se asocia a algunos oficios en concreto, sobre todos aquellos que están enmarcados en el ámbito de lo “social”; es decir: estamos muy acostumbrados a que determinados trabajos asistenciales se ofrezcan con un carácter de gratuidad (por ejemplo, empleos de la rama sanitaria, trabajadores sociales, psicólogos, educadores, etc…). De alguna manera, “nos parece mal” que se cobren por esos servicios porque estamos acostumbrados a que se nos ofrezcan sin pagar un euro a través de diversas instituciones, aunque también es cierto que cuando estamos descontentos con esos servicios prestados acudimos a uno privado, bien para que nos atiendan mejor o para tener una segunda opinión.
O sea que, siguiendo con el mismo ejemplo, en cuestiones sanitarias no solemos dudar en acudir a un profesional “de pago” porque nos parece más fiable o con un mayor prestigio que los servicios públicos. Hasta cierto punto, es bastante comprensible, ya que la salud es algo que todos queremos conservar.
Pero vuelvo a hacerme la misma pregunta: ¿por qué no pagar a un profesional que nos facilite la búsqueda? O mejor todavía ¿por qué no crear una empresa dedicada a ello si tenemos experiencia en la materia? En los últimos años asistimos en nuestro país a una terciarización de la economía, en donde podemos obtener servicios de todo tipo, cada vez más especializados: nos traen la compra a casa, conseguimos smartphones estupendos a bajo precio cuando tenemos puntos acumulados en nuestra operadora, tenemos buenos sistemas de transporte…etc…
Sin embargo, la búsqueda de empleo se convierte en una especie de entrenamiento militar, en donde debemos, entre otras cosas: mejorar habilidades personales, ser unos excelentes redactores de curriculums, hacernos especialistas en las entrevistas de trabajo apuntarnos a todas las bolsas de empleo habidas y por haber…y por si fuera poco, en entornos 2.0 debemos darnos de alta en las principales redes y familiarizarnos con un nuevo tipo de comunicación. En conclusión, parece que hay que hacer un trabajo de especialización para conseguir un puesto de trabajo.
 No digo que todo lo anterior no esté bien, sin duda el entrenamiento en ciertas habilidades no sólo supone una mejora de las posibilidades de empleabilidad, sino muchas veces también  nivel personal…pero cambiemos la temática de búsqueda de empleo con algo más banal. Imagínate que se te avería tu coche…¿harías un curso exhaustivo de mecánica para conocer todos los elementos al detalle de un motor de inyección, o contactarías con un mecánico de tu confianza para que hiciera un buen diagnóstico y reparara el vehículo?
La mayoría de nosotros, aunque también hay mucho “manitas”, llevaría el coche al taller. Entonces, ¿qué ocurre con la búsqueda de empleo? ¿No es suficientemente importante como para pagar a un profesional? ¿Por qué no contar con la ayuda de personal cualificado para que nos preste ese servicio?
Podría parecer que tiro piedras contra mi propio tejado, ya que ha sido durante algunos años orientador profesional, pero no se trata de eso…algunas personas elegimos a los médicos de la Seguridad Social y otros acudimos a privados; eso no significa que uno tenga que ser mejor que otro, sino que se trata de un sistema de libre mercado y de libre elección del usuario o consumidor. ¿Por qué entonces demonizar la posibilidad de un servicio de empleo profesional y privado? ¿Es malo en sí mismo?
Ahí dejo las preguntas. Sólo me planteo que si no se modernizan los servicios públicos de empleo o surgen otros privados que innoven y ofrezcan un buen servicio, muchos deberemos seguir haciendo un “máster en búsqueda de empleo”

Oliver Serrano León

¿Has vendido ya tu Porsche Cayenne?

Hace unos cuantos días comentaba en un magnífico post de Fátima López (@fmlopez48), en donde se hablaba de cómo había cambiado la educación desde nuestros abuelos a las generaciones actuales, y la sensación de la poca preparación de los jóvenes ante los tiempos que se avecinan.
Seguramente los que somos padres estamos algo preocupados por los tiempos venideros, y en mi comentario expresaba que la pérdida de valores está siendo fundamental, tanto en el comportamiento de jóvenes como de adultos. Precisamente de los adultos quiero hablar hoy.
El título de la entrada de hoy contiene el nombre de un lujoso todoterreno, un magnífico Porsche que para mi opinión ha venido a ser el paradigma o prototipo de las apariencias en la época de las vacas gordas. Los años pasados en donde el dinero negro fluía como el agua de un caudaloso río y los sueldos legales estaban inflados como un globo a punto de estallar permitieron el aumento de nivel de vida de unos cuantos, y tener un todoterreno de esas características es un símbolo perfecto para la ostentación.
Pero el problema no es que la gente con poder adquisitivo haga ostentación de sus posesiones, sino que lo haya hecho gente que realmente no estaba tan acaudalada como para adquirir ese vehículo. Lógicamente hablar del Porsche nos es más que una analogía para describir como hemos entrado en un sistema de valores donde lo que importa es cuánto somos y no qué somos. Nos quejamos de las futuras generaciones, pero somos muchos de nosotros los que hacemos cola en la sección de Tous del Corte Inglés porque consideramos que hay que tener algo del “osito”.
La crisis económica ha dado mucho que hablar, de eso no cabe ninguna duda, pero tampoco tengo dudas de que detrás de ella se esconde una crisis mucho más amplia: se trata de una crisis de ética y valores.
Nos quejamos de que los jóvenes no tienen valores, beben demasiado y no tienen expectativas de futuro, pero ¿por qué no nos miramos al ombligo un poco? Somos los primeros que reforzamos la conducta de beber en un bar a cualquier hora y por cualquier motivo, las audiencias de programas de cotilleo siguen al alza y la imagen que transmitimos a las venideras generaciones es que da igual lo que hagas, lo que hagas debe servir para forrarte y ganar dinero, lo que al final significa que cualquier medio justifica el fin de tener la cartera bien llena de billetes.
En el mundo de la empresa ocurre lo mismo: envidiamos al que tiene mejor puesto y queremos tener mejor nómina que él; la envidia nos corroe y, en resumidas cuentas, nos gusta el coche de empresa, el traje que nos han vendido El Corte Inglés y las comidas copiosas con los clientes a los que no podemos dejar escapar, pero en el fondo no tenemos ni para hacer la compra en Mercadota ni para pagar el seguro del Porsche.
Algunos dan definitivamente por muerta la clase media. Es el caso del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, que en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo) vaticinaban la aparición de un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un «magma social» desclasado en que se confunden las antiguas clases media y baja, definidas por una capacidad de consumo muy limitado, a imagen y semejanza de los productos y servicios que les ofrecen las compañías low cost (bajo coste) como Ikea, Ryanair, Mc Donald’s, Zara o Skype.
Es decir, según estos autores parece que aunque a muchos nos gusta, como decimos en algunas zonas de Canarias “tirarnos el pedo más alto que el culo”, también muchos se han dado cuenta de que su poder adquisitivo no da para el chalé adosado ni para el mercedes slk; la tarjeta de crédito tiene sus límites y los bolsos de Prada son sólo para unos cuantos.
En definitiva, parece que en los últimos años nos hemos molestado en intentar comprar muchas TV de plasma, sustituir los tapacubos de serie de nuestro coche por llantas de aleación ligera y tener los mejores ingenios tecnológicos en casa para llenar una vida que se nos antoja vacía de valores. Pretendemos que nuestros hijos se comporten educadamente cuando los sentamos ante la tele con programas en donde la máxima es que quién mas grita más razón tiene.
¿Y tú has vendido ya tu Porsche Cayenne?

Formación y empleo: ¿de verdad sabes tanto inglés?

Ayer cuando metía en el coche todos los trastos que conlleva tener dos niños pequeños para ir a dar una vuelta, se me acercó un extranjero con un mapa preguntándome ¿Where I am?. El pobre señor no sabía ni en que parte de la isla se encontraba. Quería dirigirse a la zona del Parque Rural de Anaga, en Tenerife y se había quedado a medio camino, sin saber cómo llegar (la verdad que la señalización y las indicaciones que tenemos por aquí tampoco ayudan demasiado, pero ese es otro tema aparte).
A trancas y barrancas pude explicarle que en primer lugar tenía que coger la autopista que llevaba a Santa Cruz, y una vez allí tomar el camino que le llevaría a su destino. Me sentí fatal porque me di cuenta de que mi fluidez a la hora de expresarme en inglés era totalmente nula; soy consciente de que tengo bastante vocabulario y las nociones básicas de gramática, ya que no me suele costar leer textos en inglés, pero en lo que se refiere a conversación… nulo total ( al final este señor tuvo suerte porque yo me dirigía a Santa Cruz y me siguió, así fue todo más fácil).
Cuento ésto porque una información muy típica que suele aparecer nuestra hoja profesional, sobre todo en ciertos perfiles profesionales, es el apartado de idiomas. Damos por hecho que hay profesiones que requieren un dominio, o al menos un uso fluido y correcto de un segundo o tercer idioma ( por ejemplo en todos los trabajos relacionados con el turismo), pero hay otras muchas ocupaciones en las que el conocimiento de otro idioma que no sea el materno también puede venir muy bien.
En referencia a este asunto, muchos de nosotros podemos tener la mala costumbre de poner que tenemos un “nivel medio” de inglés cuando lo mencionamos en el algún apartado del CV. Damos por hecho que como en el Instituto pasamos por muchas clases de idiomas y sabíamos reconocer algunas palabras de esos “listenig” que nos ponían en un radiocassette, tenemos un nivel más que aceptable para defendernos. De alguna manera asimilamos ese nivel medio porque suena “cool” o por moda, pero nada más lejos que la realidad en cuanto se nos exige un poco más.
En España son escasas, sobre todo si nos comparamos con el resto de los europeos, (salvo los británicos claro está), las personas que pueden presumir de tener un buen uso del inglés. Tampoco quiero decir que porque yo sea bastante cazurro expresándome en la lengua anglosajona todos los demás lo sean, ni mucho menos, pero hay datos que están ahí, y no los podemos obviar.
Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), correspondiente al mes de febrero, dos tercios de los encuestados (63,1%) admite que no sabe ni hablar ni escribir en ingles, mientras que sólo el 7% dice saber leerlo y un 6,4% reconoce saber escribirlo. Pese a ello, nueve de cada diez considera muy importante el conocimiento de un idioma extranjero, aunque la mayoría ni lo estudia ni se ha sentido perjudicado en su trabajo o estudios por desconocerlo.
Por todo ello, creo que por lo menos deberíamos ponernos manos a la obra en este asunto (algunas cosas van mejorando, como los colegios con un currículo bilingüe o que por lo menos imparte algunas asignaturas en otro idioma), sobre todo porque conozco varios casos ya de trabajadores que se ven sorprendidos al ir a una entrevista de trabajo y ver cómo les van a hacer la misma en inglés, e incluso casos de personas que se dedican a un área donde el conocimiento de ese idioma es casi imprescindible y van a la pata coja en ese sentido.
Creo que una parte de culpa de este fenómeno es que nos cuesta salir muchísimo al extranjero. Incluso cuando somos jóvenes, sin demasiadas responsabilidades familiares y somos susceptibles de becas que, aunque no resuelven todo ayudan bastante, nos da reparo salir fuera por un cierto complejo de inferioridad, parece que nos vamos “demasiado lejos”, y preferimos quedarnos cómodamente en nuestra ciudad, y si es cerquita de la calle donde vivimos, pues mejor que mejor.
No somos en este país un ejemplo precisamente de productividad y competitividad, y menos lo somos en el conocimiento de un segundo idioma, tal y como dicen los datos, así que pensemos por un momento si de momento no sería mejor poner que tenemos conocimientos elementales y dedicarle una cuantas horas al estudio de un idioma. Pero antes de eso, repasemos un poquito el español que cada día lo destrozamos más….¿o no?
Oliver Serrano León


P.D. Estamos de obras en el blog, cambiando la plantilla pero nos queda un pelín de trabajo por hacer todavía…saludos 😉

Desempleo y cursitis: deja ya de formarte y haz algo más

Uno de los fenómenos que más se extienden entre los profesionales que están en situación de desempleo es un tipo de sentimiento de culpa por “no ser productivo” o por “no estar haciendo nada” cuando no se tiene trabajo.

En este tipo de situaciones, y es algo que avalamos muchos orientadores y la inmensa mayoría de las instituciones, uno de los recursos más usados es la formación, con el objetivo de reciclarnos o recualificarnos y tener una ventaja añadida y competitiva con respecto al mundo laboral.
La oferta formativa actual permite que nos formemos gratuitamente a través de los planes de Formación para el Empleo en muchísimas áreas de interés: podemos encontrar acciones formativas a miles en el entorno de la gestión empresarial, otras tantas en nuevas tecnologías, y en general, casi cualquier persona puede ser potencialmente consumidora de una formación avalada y financiada por el Estado y Fondo Social Europeo.
En todo caso, más allá de que la formación sea pública o privada, para mi opinión son dos grandes oportunidades las que nos ofrece la misma: por un lado, la adquisición de conocimientos o habilidades que nos van a permitir mejorar nuestra productividad en el entorno de trabajo, y en segundo lugar, contactar con personas que se encuentran en una situación similar a la nuestra y comenzar a realizar un proceso de networking, con las ventajas que ello conlleva.
Pero lo que a priori son ventajas, también se convierten en inconvenientes. En los años que llevo impartiendo formación, me he encontrado con un perfil que suele repetirse: la persona que se dedica “profesionalmente” a recibir formación. Suele tratarse de desempleados con una buena formación de base, pero que por diferentes motivos se encuentran desempleados y quieren formarse. Digamos que hasta ahí, todo bien y muy similar a cualquier otro perfil. Sin embargo, estas personas, al acabar un curso empiezan otro, y al acabar éste, otro más, hasta empezar a recorrer la senda de un círculo vicioso con complicada salida.
La teoría implícita que suele residir en estos perfiles es algo así como “cuanto más me forme, más posibilidades tendré de insertarme en el mercado laboral”. Quizás el error reside en que no se trata de “más” sino de “mejor”. La acumulación de horas de formación complementaria no garantiza en absoluto una mejora de la inserción; si acaso, garantiza un mayor de gasto de papel o más movimientos de nuestros dedos al redactar nuestro CV.
Muchos de estos perfiles acumulan a lo largo del año (sobre todo cuando se trata de personas que están percibiendo una prestación por desempleo amplia en el tiempo) cientos de horas invertidas en mejorar su perfil, pero lo más curioso es que suelen quejarse de que no les llaman para ninguna oferta de trabajo. Lógico, ya que se están centrando en la formación para mejorar la empleabilidad, pero se olvidan o carecen de tiempo para la búsqueda de empleo (sobre todo casos en que una persona hace dos cursos a la vez de 5 horas al día cada uno: el poco tiempo que queda básicamente es para comer y para dormir).
La formación como alternativa a los períodos de desempleo es una buena opción, pero no es la única ni debe consumir todas nuestras energías: además reflexionemos por un momento a qué tipo de acción formativa dedicaremos nuestros esfuerzos (muchos cursos “se ponen de moda”, y lo único que se consigue es generar una mayor competencia entre los trabajadores, si no pensemos en el caso de los Técnicos en Prevención de Riesgos: muchas personas lo hicieron porque había demanda y por moda, no tanto por vocación y ahora nuestro país tiene un exceso de oferta de estos profesionales).
Y entonces ¿qué hacemos? ¿Dedicamos menos horas a formarnos y dedicamos ese tiempo a la búsqueda de empleo? Realmente lo importante no es el número de horas dedicadas, sino la rentabilidad que podamos extraer de las mismas. Siempre defenderé la formación complementaria como una de las vías para mejorar como profesionales, pero antes de hacer un curso de 500 horas que nos resta tiempo para otras cosas, pensemos bien si merece la pena esa inversión. Algunos de los desempleados que se “hinchan” a hacer cursos pueden tener un problema de autoestima laboral y pensar que nunca están lo suficientemente preparados para desarrollar con eficacia las tareas de un puesto de trabajo.

Quizás la formación no sea el problema (ya hemos comentado por aquí los problemas de la “sobreformación”), sino una cuestión más personal: clarificación de objetivos profesionales, posicionamiento en el mercado laboral, visibilidad en las redes yu una mejor práctica del networking, etc….No hay recetas mágicas ni yo me las voy a inventar ahora, pero simplemente sería bueno pensar que la formación también tiene un límite, y aunque es un parte muy importante del proceso de búsqueda de empleo, no lo es todo. Haz algo más aparte de formarte.
Oliver Serrano León.

SI NO PUEDES HACERLO, NO DIGAS QUE SÍ

Llevo unas cuantas semanas un tanto alejado de la blogosfera y de twitter, debido a obligaciones profesionales. Apenas he podido leer algún post de interés o interaccionar con alguien porque he estado impartiendo un curso que me ha exigido el 120% de mis esfuerzos, y mi familia tampoco ha visto mi cara demasiado en estos últimos días.


 En un post de principios de año relataba como me sentía ante el ERE que se avecinaba sobre la fundación en la que trabajaba. Recibí muchos comentarios de ánimo (que aprovecho para volver a agradecer), y en su gran mayoría me encomendaban al sentido de la oportunidad que tiene un período de crisis; los períodos se incertidumbre pueden venir a ser pequeñas revoluciones desde donde surgen los cambios.

En plena etapa de reuniones, firmas de documentación para el abogado, manifestaciones y demás tareas propias del trabajador que pierde ilegal e injustamente su trabajo, sonaba mi teléfono para una propuesta de docencia para un curso de los servicios públicos de empleo; era una de esas famosas oportunidades que supuestamente surgen desde el hoyo del desempleo. Suelo ser reflexivo a la hora de tomar decisiones, pero en este caso fui algo impulsivo y dije que sí; faltaban muy pocos días y aunque el tiempo escaseaba, me iban a facilitar bastante material y lo que pagaban estaba bien y el dinero siempre hace falta.

Pero pequé de ingenuo. Por mucho que te faciliten la labor, no se prepara un curso en pocos días, y menos aún cuando la documentación administrativa (independiente de la documentación para los alumnos) es amplia y exigente. A pesar de estar desempleado, no estoy desocupado, tengo otro trabajo un par de tardes a la semana que me piden una total atención y una familia en casa que espera que no sólo esté fisicamente (que he estado bien poco) sino también mentalmente.

En resumen, he pasado muchos días de muchísimo trabajo, robándole horas al sueño para ofrecer un mínimo de calidad y sobre todo, transmitir conocimiento y no retransmitirlo (tal y como decía en uno de mis ultimos posts)…pero la pregunta que me hago hoy, que ya he acabado de impartir docencia es…¿Ha valido la pena?

Sí y no. He tenido la oportunidad de conocer a profesionales que están invirtiendo muchas horas de su vida en aprender y mejorar; sin duda, si no hubiera impartido los módulos de este curso, no podría haber contactado con ellos. Y es más, me llevo su gratitud que, valga la redundancia, les agradezco de infinito; me voy orgulloso de haberles motivado a seguir con el curso y de que, al menos, les hayan quedado claras unas cuantas ideas.

Pero por otra parte, he estado muy al límite, y lo que es peor, no tuve tiempo de preparar la parte metodológica y tuve una inspección del curso que no fue del todo favorable, hecho que me dejó algo tocado. En todo caso, la experiencia me sirve para tener las cosas más claras la próxima vez, y me he propuesto a mí mismo una serie de normas que se resumen en la frase que da título al post: Sí no puedes hacer algo, no digas que sí.

No creo que tenga mucho que ver con la asertividad, aunque pudiera parecerlo; más bien, en mi caso, ha sido el impulso por estar activo, por enseñar, y lógicamente por tener unos ingresos que no estaban previstos. Pero no lo he hecho de la mejor forma. Ponía un ejemplo a una persona acerca de este tema el otro día: “Tan importante es conducir bien como tener el carné de conducir”.

Me refiero a que uno puede creer que es un buen profesional, pero hay que tomar las decisiones con cierta mesura, y sobre todo ser consciente de que las cosas bien hechas llevan tiempo, y no se puede ir deprisa y corriendo porque corremos el riesgo de caernos. No se si me he caido o no, pero sí que probablemente me haya resbalado un poco; lo bueno es que un resbalón se arregla levantándose, y si en el suelo había algo de barro, pues se lava y a lucir de nuevo esa ropa que nos gusta tanto.

Hoy estoy más tranquilo, con ganas de sentarme a pensar, de disfrutar de mi familia y de reflexionar acerca de mi futuro, ya que hay opciones interesantes a la vista, pero sobre todo intentaré seguir con la máxima que me he propuesto: si no puedo hacer algo, diré que no y evitaré las 140 pulsaciones por minuto, que no son demasiado sanas.

Oliver Serrano León

FORMACIÓN CONTINUA: ¿PASAS LA ITV DE VEZ EN CUANDO?

A todos nos suena de algo la ITV. Tengamos vehículo a motor o no, más de una vez habremos oído cosas como “me toca pasar la ITV”, “ no veas las colas que se forman…”, “tengo que cambiar las gomas porque si no, el coche no me va a pasar la inspección….”, etc…

El Real Decreto 2344/1985, de 20 de noviembre, por el que se regulaba la inspección técnica de vehículos (ITV), estableció los tipos y frecuencias de las inspecciones técnicas a que han de someterse los vehículos matriculados en España. El citado Real Decreto dispuso la incorporación escalonada de los vehículos particulares a la obligatoriedad de inspección técnica, haciendo viable de este modo la adecuación de la oferta inspectora al aumento de la demanda de inspecciones derivadas del calendario escalonado previsto en la disposición transitoria tercera de la citada norma.

Más allá de cuestiones legales y legislativas, en el momento de entrar en los talleres de inspección a muchos de nosotros nos entra un pelín de miedo (los que tienen coches nuevos algo menos, seguro), quizás por el temor a “no pasar la prueba” o por las molestias que nos ocasionaría tener que pasar por el taller a arreglar los desperfectos detectados. Sin embargo, una vez que nos dan el visto bueno y nos ponen la pegatina en el margen superior derecho del parabrisas, nos vamos tranquilos a casa porque sabemos que no somos potenciales asesinos en la carretera (al menos por motivos mecánicos) y hasta dentro de unos meses o años no tendremos que llevar de nuevo el coche a revisión.

Cuando hablamos de formación, en el fondo también nos gusta tener pegatinas. Al contrario que los coches, donde usamos una rasqueta o espátula para eliminar los antiguos adhesivos de la ITV y dejar sólo el más reciente, en nuestro curriculum nos encanta tener etiquetas, pegatinas y diversas maneras de categorizar los infinitos cursos que hacemos (lo que ya en muchas partes se ha nombrado como “cursitis” o sobreformación). El problema es que en muchas ocasiones entendemos la formación como una etapa de la vida que empieza en un sitio y acaba en otro, y las pegatinas se nos quedan viejas, obsoletas y poco acordes con los requerimientos actuales del sistema.

Es habitual que esas personas que contemplan la formación como una etapa aislada y no como parte de un proceso vital contínuo vean las acciones formativas como una “pesadez a la que nos obliga la empresa y encima no sirve para nada”, o como una manera de no quedarse atrás con respecto a otras personas de su entorno o potenciales competidores en el mercado laboral. Si volvemos a la metáfora de la ITV, estos profesionales cumplen con los requisitos mínimos para tener la pegatina nueva: van al taller, reparan lo que tengan que reparar, pero con el único objetivo de “superar el trámite”. No depositan cariño en mantener el coche día a día, sino que a última hora y con prisas intentan tener todo a punto para pasar el dichoso trámite

Con este tipo de filosofía, hacemos de la formación una suerte de “acatamiento formativo” donde nos dedicamos a recibir discursos y clases magistrales con el fin de obtener el diploma; quizás no nos importan demasiado los contenidos, sino lo que pone el diploma y el número de horas que nos contará en el CV.  Kiko Veneno titulaba un disco suyo “Está muy bien eso del cariño”; yo digo que “Está muy bien eso de formarse”. Si hace unos días hablaba de mi experiencia y mis actitudes ante la docencia, hoy me gustaría centrarme desde el punto de vista del alumno.

Para mi opinión la formación no debería tener un inicio ni un final establecido cronológicamente; deberíamos estar abiertos a la actualización de conocimientos permanente, no necesariamente con acciones formativas concretas, sino actualizando nuestros conocimientos con las infinitas herramientas que nos otorga la red 2.0 hoy en día. Tenemos a nuestra disposición plataformas online con las cuales poder compatibilizar nuestros horarios laborales con los de la formación, cientos de wikis y foros para poder conversar y aportar opinión y conocimiento sobre múltiples temáticas y un sinfín de oportunidades para formarnos.

Pero más allá de esto, contemplo la formación como una necesidad de “estar al día”. En muchas profesiones siempre ha sido conditio sine qua non para poder ejercer (por ejemplo, un abogado debe actualizarse constantemente en materia legislativa; un mecánico debe estar formado en herramientas electrónicas de diagnosis, etc…); sin embargo, estas acciones son sólo parte del proceso, porque aunque estemos actualizados podemos seguir teniendo “orejeras” que sólo nos permiten una visión de túnel: “Como yo aprendí de esta manera, pues hago las cosas de esa manera”.
No quiero dar a entender con los párrafos anteriores que debamos estar obsesionados con la asistencia a cursos de reciclaje ni a darnos de alta en decenas de foros y wikis. No se trata de eso. Mi filosofía es que debemos entender el aprendizaje como una parte más de nuestra profesión; si necesitamos comer, dormir y comunicarnos todos los días ¿por qué no dedicar un poco de tiempo a ver las cosas de otra manera? ¿Por qué no ponernos al día con aquellas materias que vimos en la facultad y que ya están desfasadas?

No pases la ITV formativa sólo por cumplir. Piensa que, en el mejor de los casos formarte te hará mejor profesional, y de rebote puedes conocer a grandes profesionales, tanto si haces formación presencial o a distancia. No mires ir a clase o darte de alta en un foro como una recepción de información: compartir conocimientos, participar, dialogar, discutir y llegar a algunas conclusiones también es aprender. La formación debería ser permanente interacción y aprendizaje mutuo. Si de verdad te gusta tu profesión, hazle un mantenimiento diario y no esperes al último día, tú y los demás seguro que lo agradecerán.

Oliver Serrano León

¡ QUÉ BELLO ES FORMAR !

Si tuviera que vender una cualidad de lo que ha sido mi trayectoria profesional hasta el momento, diría que he trabajado y me gusta trabajar con personas. He tenido la suerte de haberlo podido hacer en tres ámbitos: orientación laboral, psicología clínica y formación. Cada uno de ellos tiene características que los hace especiales y singulares, pero la formación es algo muy especial.
Cuando hablamos de formación no reglada, suele ocurrir ésto en muchas ocasiones: de repente suena el teléfono, te ofrecen un impartir unos módulos de un  curso con muy poco tiempo para prepararlo pero dices que sí, y se asoma rápidamente esa sensación a la vez de pequeño vértigo y de excitación por empezar una nueva acción formativa.
Cada curso es algo nuevo. No sabes de antemano qué te vas a encontrar (la formación que he impartido ha sido en su mayoría para desempleados, o sea que más aún desconoces las motivaciones reales del alumno) y por otro lado sube un poco la adrenalina, la ansiedad facilitadora y las ganas de hacer las cosas bien. Por otro lado, no siempre tenemos todo el tiempo necesario para preparar los materiales, así que se añade un estrés adicional.
Para el alumno, estar sentado en la silla del aula  siempre genera expectativas y objetivos: mejorar, ampliar conocimientos, reciclarse o simplemente complementar el curriculum para una mayor empleabilidad. Por otro lado, los que aguantan muchas horas diarias en el aula esperan que el docente transmite, motive y que su docencia les resulte productiva.
Transmitir y no “retransmitir”: eso es lo que siempre he intentado cuando he asumido el rol de profesor. Más allá de la metodología didáctica, que es necesaria y proporciona un mínimo de validez, fiabilidad y, en definitiva, calidad a la formación, he intentado siempre motivar a las personas que apuestan por matricularse en cursos. Las motivo porque soy alumno permanente: suelo formarme regularmente y me encanta aprender algo más cada día.
Dentro del aula intento implicarme y no ser un mercenario de la pizarra, el que lleva sus carpetas y presentaciones como metralletas, dispara, cobra y se va. Para mí eso es impensable: me encanta poder aportar algo, convertir las 5 horas de supuesto tedio en enriquecimiento, la desilusión en ánimo y la desmotivación en futuro.
Más allá de poner las notas en las evaluaciones y de entregar las actas a tiempo, me interesa que un curso forme de verdad: no sólo en la materia que aparece en el cuaderno didáctico o en los apuntes, sino en actitudes, capacidad de crítica y reflexión. No me gusta que los alumnos sean sólo receptores de información; la formación debe ser interacción, participación y aprendizaje mutuo. En definitiva, me niego a sentarme en la silla del docente y leer un texto plano y aburrido. Dar clase significa mucho más para mí.
Aunque el rol de profesor obliga a asumir ciertas responsabilidades y tampoco se puede ser “colega” y “amigo” de los alumnos, no creo que por ello impartir docencia pueda dejar de ser entretenido, divertido y productivo, sólo hay que buscar la manera de “llegar” al que se sienta en el pupitre. Creo que siempre me gustará dar clase: ver las caras del primer día, conectar, establecer sinergias e irme a casa con la satisfacción de que, habiéndolo hecho mejor o peor, he logrado que dos o tres conceptos queden asimilados en el aula.
Sin duda…¡Qué bello es formar!
Oliver Serrano León

¿CÓMO FUE TU PRIMERA VEZ?

Cuando experimentamos sensaciones nuevas se mezclan varios factores: por un lado, un posible miedo a lo desconocido, ansiedad y ganas de saber “cómo es” eso que no conocemos, aunque también para algunos las experiencias nuevas y la adrenalina que se segrega es una forma de vida.

Seguro que todos tenemos algún recuerdo de la primera vez que viajamos en un avión; probablemente, si es que no éramos bebés y viajábamos con frecuencia, recordaremos cómo nuestros padres se afanaban para que nos comportaramos como personas en el avión y el comandante no tuviera que dar aviso a la Guardia Civil. Qué decir de la primera vez que nos subimos a esa atracción de feria con la altura mínima permitida para hacerlo, esa sensación de pérdida de gravedad y excitación la vez.

También recordarás, si has tenido esa suerte, cómo es la sensación de subirte a un coche completamente nuevo: ese olor de la tapicería y de los plásticos del automóvil, la suavidad de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos y lo enorme del maletero.

El cambio del colegio al instituto, la primera pareja, esas fiestas los fines de semana que no acababan nunca, etc….Todos tenemos sensaciones especiales de “la primera vez”. Pero ¿y que ocurre en el trabajo? Seguramente también recuerdas cómo fue tu primer día; es posible que tuvieras 16 años y despacharas hamburguesas en alguna franquicia de tu ciudad, o quizás empezaras algo más tarde a trabajar, ayudando a tu tío en la oficina y haciendo recados en la calle.

Sin embargo, una sensación muy especial, y por desgracia no todos tienen la suerte de tenerla, es la primera vez que uno trabaja en lo que le gusta. Imagínate: has estado muchos años invirtiendo horas y horas de formación, algún que otro curso, unas prácticas no remuneradas que te sirvieron para adquirir experiencia y…chasss!! Te llaman de ese sitio donde dejaste el CV y te dicen que empiezas el lunes, y a las 9:00 tienes ya que estar atendiendo a un usuario, redactando una noticia, etc…dependiendo a lo que te dediques.

Yo recuerdo mi primera vez perfectamente. Ya había tenido algunos pequeños trabajos, pero desde luego, este era mi “primer gran trabajo”. Creo que temblé. Pero a la vez, estaba muy satisfecho por hacer lo que me gustaba. Sin embargo, los nervios me traicionaron e hice una entrevista de orientación laboral en diez minutos, cuando se supone que debería haber estado media hora o más….sin duda estaba un poco acelerado y mi coordinadora me dijo “emplea un poco más de tiempo la próxima vez”, con una sonrisa pícara.

Espero que esa sensación de virginidad aparezca dentro de muy poco, pero mientras tanto, ¿quieres contarme como fue tu primera vez en el trabajo?

Oliver Serrano León

QUIZÁS HEMOS HECHO COACHING SIN SABERLO

Recuerdo que la primera vez que oí hablar de coaching fue sobre el año 2004, cuando estaba impartiendo el curso de Gestor de Formación para el Servicio Canario de Empleo junto con mi compañero Sergio. En el temario del curso se situaban las figuras del coacher, del mentor y otras relacionadas. La primera definición de coaching que vi era algo así como “metodología usada para facilitar la consecución de objetivos o desarrollo de habilidades específicas de una persona o un grupo de ellas” (muy similar a la definición que aparece en la wikipedia).

Años después he observado que dentro del área de los Recursos Humanos, uno de los temas emergentes es precisamente el del coaching. Muchos profesionales que trabajan actualmente en la gestión de personas se autodefinen como coachers, consultores o las dos cosas a la vez, pareciendo a veces que si no nos incluimos en esa definición no somos nadie. Creo me que faltarían dedos de la mano para contabilizar los tipos de coach que se contemplan en la actualidad (coach personal, coach ejecutivo, coach deportivo etc…), pero de cualquier manera, se trata de una profesión emergente y ocupa muchas líneas de revistas y blogs especializados.

Atendiendo a la definición a la que hacía referencia antes, me pregunto si nosotros, Sergio y yo, y muchos otros profesionales, hemos hecho coaching sin ser conscientes de ello. Me refiero a que hemos trabajado muchos años con personas, usuarios que necesitaban orientación en el ámbito de la formación y el empleo. ¿Nos dedicábamos a darles fotocopias de modelos de CV, de carta de presentación y listados de empresa? Desde luego que sí, pero íbamos mucho más allá. Los usuarios en muchas ocasiones no tenían claros sus objetivos profesionales, ni conocían los pasos a dar para lograrlos.

Hemos entendido la orientación laboral como un proceso de clarificación de metas y apoyo para que el usuario conociera y usara adecuadamente las herramientas de búsqueda de empleo, pero también hemos trabajado muchísimo la parte más “personal”, ayudando a que las personas descubrieran cuáles eran sus puntos fuertes y que supieran ubicarse en el mercado de trabajo. En nuestro trabajo como orientadores nos salíamos muchas veces del guión establecido por los manuales del INEM y nos dedicábamos a potenciar una seria de habilidades que entendíamos eran necesarias para la mejora de la empleabilidad. Podíamos estar en las sesiones individuales o grupales ante grandes profesionales, pero que no tenían nada claro dónde ubicarse en el mundo profesional, qué estrategias seguir o cómo posicionarse mejor en el mercado.

Quizás nos estemos equivocando completamente. Puede ser que tengamos un concepto equivocado del coaching, y que alguien deba corregirnos inmediatamente. Seguramente en el coaching se trabaja con personas pero no a cualquier trabajo con personas se le pueda llamar coaching. Pero también pienso que durante este tiempo hemos cumplido básicamente las premisas que aparecen en el video que publicaba el otro día en su blog Francisco Alcalde (recomendable seguir su blog).

Una de las cosas que me hace dudar, independientemente de definiciones más o menos acertadas, es la ausencia de una metodología clara con respecto a la profesión de coacher. No tengo nada claro qué formación previa es necesaria (aparte de las diferentes certificaciones que podemos obtener) para poder ejercer. No sé que metodología concreta se usa, y tampoco tengo claro que aspectos éticos y de código deontológico hay que tener en cuenta pata trabajar como “entrenador personal”. No se por qué, pero muchas veces me da la impresión de un cierto misticismo u oscurantismo en la profesión. Leo los curriculums de grandes profesionales, veo que han pasado por cientos de sesiones de coaching antes de ejercer, pero no sé cuál es el contenido de esas sesiones.

Si queremos darle valor a una profesión, primero ha de regularse y hacerse fuerte para defender un espacio profesional y el posible intrusismo en la misma.

¿No lo crees?

Oliver Serrano León, Sergio Martín Corzo