Funcionarios 0.0: ¿Por qué no me miras a la cara?

Los funcionarios son en muchas ocasiones motivos de ira, cachondeo, airadas protestas o simplemente envidia de los que no tenemos un trabajo indefinido ni días moscosos por escoger en el calendario laboral.
Quizás sea una de las categorías de trabajadores donde más estereotipos se generan, y como casi siempre, algunos de éstos funcionan porque se acercan bastante a la realidad y otros son tremendamente injustos.

Es bastante descabellado aunar en una categoría homogénea a los funcionarios, ya que no tiene mucho que ver un funcionario de prisiones con un administrativo de la Agencia Tributaria o con un Jefe de Sección de una Consejería de alguna Comunidad Autónoma. Sí, es cierto, quién más quien menos que sea funcionario estará harto de oir que sus cafés duran tres horas o que trabajan 3 días de cada 10, pero muchos de ellos se esfuerzan cada día en trabajar de forma productiva y cumplir con las funciones que se le han asignado.

Casi todos conocemos, algunos más de cerca y otros más de lejos, cómo es el proceso selectivo para un funcionario, digamos “tipo” (pongamos como ejemplo un auxiliar administrativo, que suele ser uno de los puestos con más plazas ofertadas durante el año): Suele tratarse de un concurso oposición, en donde por un lado se tienen en cuenta los méritos del aspirante (trabajos anteriores en la administración, cursos relacionados con el puesto de trabajo, conocimientos específicos, etc…), y por otro lado un conjunto de pruebas que evalúan los conocimientos teórico-prácticos del candidato.

Nos suena mucho aquello de: “el temario lo llevo bien, la Constitución me la se de memoria, pero la parte de informática la llevo algo más floja”. Es muy habitual tener que estudiar un temario específico y dominar una serie de herramientas (casi siempre informáticas) para poder aspirar a conseguir una plaza en la Administración.

Curiosamente muchas de las personas que obtienen esa plaza, ya sea de auxiliar administrativo o de cualquier otra categoría, tendrán en su futuro puesto de trabajo como una de sus principales funciones la atención al público. En algunos temarios se incluye como un pequeño apartado, pero desde luego, en ningún caso el aspirante es evaluado para comprobar si tiene las habilidades necesarias para atender correctamente al usuario de la Administración.

No es casualidad que hable de este tema hoy, porque hace muy poco fue atendido por un funcionario que se pasó algunos minutos hablando conmigo prácticamente sin mirarme. Creo que si se acuerda de mi cara será porque lo primero que hizo fue pedirme mi DNI y el número que tenía asignado para la cita. Insisto: es injusto establecer aquí una generalización del fenómeno, y en mi caso pesan mucho más las ocasiones en las que he sido bien atendido que mal por un funcionario.

Pero en este caso me tocó una de estas personas que son abducidas por el ordenador, como si de un agujero negro se tratase y no pudieran evitar estar mirando a la pantalla, mostrando una manifiesta incapacidad para enfocar la vista hacia los ojos del usuario o cliente de la Administración. No voy a caer en el sesgo fácil de decir que son malos o buenos profesionales, no es esa la cuestión: lo que ocurre es que no han desarrollado o carecen completamente de una serie de habilidades, que para mí gusto, son esenciales en la atención a una persona, o por otro lado, puede que estén muy quemados de su trabajo y disminuyan su calidad en la atención al público.

Es llamativo como se habla mucho últimamente de hacer cambios serios en cuanto al trabajo de los funcionarios (por ejemplo, desarrollar herramientas para medir su productividad e incluso valorar el establecimiento de sueldos variables según sea ésta), pero desde hace mucho tiempo las pruebas selectivas no han cambiado prácticamente nada. Se evalúa a los aspirantes como si fueran máquinas: conocimientos de legislación, muchas pulsaciones en el teclado y facilidad con la ofimática, y ahí queda todo (que tampoco digo que sea poco).

 Resulta cuanto menos curioso que cada año que pasa se desarrollen herramientas cada vez más avanzadas para la evaluación de candidatos, no paran de surgir consultoras que nos prometen la mejor selección posible y vemos cada día en las redes innumerables foros y blogs donde se discuten las mejores fórmulas de selección de personal en el ámbito de la empresa privada, pero en el ámbito del Empleo Público, nada cambia sustancialmente.

Puedo estar muy equivocado, y agradeceré que me corrijan, pero a excepción de los empleos en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y algún que otro empleo público más, no se hace una valoración de aspectos personales, actitudinales o motivacionales para la evaluación de un candidato a un puesto en la Administración.

En resumen, y mal que nos pese, dependemos en la mayoría de las ocasiones de las ganas de la persona que está detrás de la mesa o mostrador para que exista una atención eficiente, porque las pruebas que se usan para evaluar su idoneidad para el puesto no contemplan de momento cuestiones como habilidades sociales, escucha activa o empatía.

¿Y a ti, te cuesta mirar a la cara?

Oliver Serrano León