Según un reciente informe de la consultora PriceWaterhouseCoopers, los españoles estamos por debajo de la media de la Unión Europea en cuanto a movilidad laboral, estando sólo por encima en este sentido de Italia, Austria y Portugal. Aunque sea triste decirlo, es bastante normal que nuestro país esté por debajo de la media en muchos aspectos, pero en este caso, y dado el panorama actual del mercado nacional actual, se convierte en una noticia más grave todavía.
Cuando ejercía de orientador laboral, un hecho en particular que me llamaba bastante la atención era la resistencia de muchas personas ante el hecho de tener que desplazarse relativamente lejos de su domicilio o a cambiar temporal o definitivamente de residencia para optar a un puesto de trabajo. Pero como este grupo de personas es de todo menos homogéneo ( no es lo mismo pasarse 45 minutos en metro que cambiar de país para trabajar), me permitiré desarrollar algunas subcategorías y establecer algunos motivos de esa resistencia.
a) Jóvenes universitarios: ¿Hay alguien que lo tenga más fácil para desplazarse al extranjero que ellos? Probablemente no. Suelen ser personas sin responsabilidades familiares y disponen de un número de plazas relativamente alto de becas para hacer algunas asignaturas de su carrera en países europeos, como el Erasmus. Sin embargo, de los cientos de universitarios que pude atender durante casi 10 años, eran muy pocos los que habían aprovechado estas oportunidades o se planteaban aprovecharlas en un futuro cercano. El miedo a salir fuera, el desconocimiento de idiomas que no sean el nativo, la escasez de remuneración económica de las becas o la falta de información podrían ser algunas de las causas por las que les cuesta salir fuera. Por mi parte, les insistía muchísimo para que se lo pensaran. Sobre todo porque observaba una serie de ventajas, como por ejemplo: conocer medianamente bien un idioma, aprender a desenvolverse en un entorno diferentes, conocer otras metodologías de trabajo, convivir con otras culturas, y, en definitiva, adquirir una experiencia vital de sumo valor que les aportaría un valor añadido en su futuro personal y profesional. En resumen, cuestión de actitud hacia la apertura a la experiencia y capacidad de adaptación.
b) “Busco trabajo, pero al lado del portal de casa”: aquí incluyo a todas aquellas personas que son muy reticentes a desplazarse en su vehículo particular o en trasporte público unas decenas de kilómetros diariamente para acudir a su trabajo. Si bien es cierto que a nadie nos gusta perder el tiempo en la carretera, la inmensa mayoría de los que tenemos trabajo o los que lo buscamos, debemos ser conscientes de que es dificilísimo trabajar cerca de casa sin tener que hacer pisar un poco el asfalto. Sin embargo, también me encontraba con reticencias a estos desplazamientos de corta o media distancia, sobre todo personas que provenían de zonas rurales. ¿Causas de estas resistencias? Por una parte económicas, dado el posible gasto en combustible o en bonos de transporte, (“si acepto ese trabajo se me va la mitad del sueldo en gasolina”) y por otro lado sociales (“ si acepto ese trabajo a jornada partida, no veo a mis hijos porque cuando llego a casa ya se han acostado”). Pero eso no quita que muchas otras personas sí lo hagan: entonces nos encontramos, como en el caso anterior, con un problema actitudinal.
c) ¿Irme al extranjero? Ni loco. No cabe duda de que, al menos geográficamente, supone el desplazamiento más amplio al que tiene que hacer frente un trabajador. Pensar en desplazarse con toda su familia a otro país, o por otro lado no ver a sus seres queridos durante semanas o meses, no es decisión fácil. Cambio de cultura, de idioma, de forma de trabajar…muchos cambios y en muchas ocasiones poco tiempo para decidir. En muchas ocasiones la remuneración y las ventajas sociales son atractivas, pero aún así no es algo que se pueda pensar de un día para otro. En algunos programas de TV, como Españoles en el Mundo o Callejeros Viajeros hemos podido observar trabajadores que se han establecido en otros países, bien como profesionales “enviados” por sus empresas o bien como emprendedores. Vemos como se han adaptado perfectamente e incluso tienen una calidad de vida superior a la que tenían anteriormente en nuestro país. Pero desde otra perspectiva, no son demasiadas las personas que deciden dar el salto, e incluso nos pueden parecer “arriesgados” u “osados”. Entonces…¿hay que estar hecho de una pasta especial para residir y trabajar en otro país? Volvemos con las actitudes….
En los tres supuestos que propongo, que ni mucho menos son los únicos, he insistido en que de fondo hay un problema actitudinal, pero tampoco podemos despreciar otros igual de importantes como el coste del transporte, compatibilidad de vida profesional y familiar, etc…, pero ¿cuáles son las actitudes y problemas que generan un rechazo, según lo que he podido ver estos últimos años?
– Los españoles somos extremadamente españoles. Practicamos con demasía una suerte de patriotismo desmedido porque creemos que aquí tenemos lo mejor o que los guiris son muy raros, y desconfiamos de nuestra capacidad de adaptación. La cañita y el aperitivo, la siesta y otros muchos tópicos siguen estando ahí, aunque pensemos que no.
– Sentido de la propiedad de los españoles: como siempre, Spain is different. En nuestro país apreciamos especialmente las propiedades, sobre todo las inmobiliarias; con un piso alquilado es relativamente fácil rescindir un contrato o llegar a un acuerdo con el propietario, pero si hemos comprado una casa hipotecándonos hasta las cejas el año pasado, probablemente nos limite bastante a la hora de desplazarnos.
– Sentido de la familia de los españoles: por norma general, le damos muchísima importancia a la familia, y nos diferenciamos bastante en ello de muchos otros países, sobre todo de los europeos. Separarnos de nuetros allegados o emprender una nueva aventura junto a ellos nos suele dar bastantes quebraderos de cabeza.
– Limitación en el conocimiento de idiomas: en un post de hace unas semanas lo mencionaba. Nuestro nivel de conocimientos en una lengua que no sea la nuestra es tremendamente limitado, lo que dificulta enormemente el desplazamiento a otros países, salvo los iberoamericanos, en donde la adaptación es lógicamente más fácil.
– Acomodación de los jóvenes universitarios: mientras en otros países lo más normal es que un estudiante compagine sus estudios con un trabajo a tiempo parcial, aquí se estila, salvo excepciones, el estudiante a jornada completa, lo que hace un flaco favor a la hora de pasar un meses fuera y trabajar en un McDonalds mientra se hacen asignaturas en otro idioma.
– Las empresas, en muchos casos, no tienen en cuenta todos los problemas inherentes a un desplazamiento, sobre todo si pensamos en otra provincia o en otro país (por un lado obligan a una toma de decisiones muy rápida y por otro lado no siempre ayudan a resolver ciertas cuestiones familiares, como la matriculación de los hijos en el colegio cuando ya no es posible conseguir plaza).
Sólo son algunos ejemplos de algunas causas de la poca movilidad laboral de los españoles. Pero como resumen, creo que hay un factor del que no nos podemos olvidar, que es la “distancia emocional” que estamos dispuestos a soportar. Los sentimientos de lejanía pueden ser los mismos para la persona que se desplaza 120 km. todos los días para acudir a su puesto que para el trabajador desplazado al extranjero. Una cuestión, sin duda, difícil de resolver pero ¿te has planteado cuál es tu distancia emocional? ¿Cuáles son tus límites en cuanto a movilidad geográfica en el trabajo?
Oliver Serrano León