El pleno empleo ha sido, y con casi total seguridad será en un futuro, una de los objetivos de muchos gobiernos y una gran arma electoral de cara a maximizar la riqueza del país y de los ciudadanos, especialmente con la implementación de políticas macroeconómicas keynesianas. Por otro lado, conseguir, mantener o mejorar el trabajo es en la mayoría de las ocasiones una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos, y en épocas de crisis, está elevada a la máxima potencia.
El término hace referencia a la equivalencia entre demanda y oferta de empleo, donde la tasa de desempleo sería 0. En todo caso, habitualmente se suele aceptar una cifra superior (habitualmente en torno al 5%), ya que se da por hecho el fenómeno del paro friccional, en donde se sitúan aquellas personas que van a cambiar de trabajo y aquéllas que no trabajan porque no encuentran un empleo que satisfagan sus necesidades en ese momento.
Hasta aquí queda más menos todo claro. Pero recuerdo a uno de mis profesores del curso de Orientador Profesional y Promotor de Empleo y una de sus frases que más me impactó: “Realmente no nos interesaría alcanzar el pleno empleo”. No dudamos en preguntarle cuáles eran los motivos de tal afirmación, y su respuesta venía a decir algo así como “Piensen entonces que pasaría con las personas que trabajan en las oficinas del INEM y todos los orientadores de los Servicios de Empleo, además de otros profesionales vinculados a este tipo de servicios”. Claro, un razonamiento rápido nos permite predecir que si la tasa de paro es 0, no hay necesidad de oficinas de empleo, orientadores, ni trabajadores afines.
Este argumento es una gran falacia y se cae por su propio peso: por muy ideal que fuera la situación, existiría un paro friccional con este tipo de profesionales. Las oficinas de empleo seguirían haciendo falta para que para que los técnicos, orientadores, administrativos, etc…dedicados a trabajar habitualmente con desempleados se inscribieran como demandantes, lo cual conlleva que deberían seguir existiendo personal para atendernos en esas oficinas que tampoco podrían desaparecer.
Pero hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos por un momento que no hacen falta orientadores: todas las personas tendrían trabajo, y las que no lo tuvieran en ese momento sabrían que lo van conseguir en poco tiempo y no les supondría ningún problema económico. ¿Qué haríamos en ese caso si trabajamos en servicios de orientación para el empleo?
Lo primero que se nos puede ocurrir es que nos iríamos al paro (cosa que en todo caso, ocurre con muchos dependiendo del tipo de servicios que estemos hablando, aunque sea por unos pocos meses al año). Según lo expuesto anteriormente, sería muy razonable pensarlo. Pero si no hay orientadores debido a que ya no hacen falta en el ámbito de la intermediación laboral…¿Quién nos orientaría a nosotros? ¿Se cumpliría el refrán “En casa del herrero, cuchillo de palo”?
La segunda situación sería algo mejor. No nos quedaríamos en situación de desempleo, pero nuestras funciones no serían las mismas, ya que hemos dicho que nos encontramos con un panorama idílico donde no existiría el desempleo. ¿Qué tipo de tareas pasaríamos a desempeñar? Dejo aquí unas cuantas ideas
– Ayudar en la mejora de empleo y la formación.
– Potenciar la carrera profesional del usuario.
– Orientar en el establecimiento de autónomos y empresas.
– Informar sobre procesos selectivos de Empleo Público.
– Asesorar y/o informar sobre derechos laborales.
¿Qué más podríamos hacer en esta situación imaginaria? ¿Pisaríamos las funciones de otros profesionales como coachers y mentores? Pensémoslo por un momento.
Oliver Serrano León