Hace unos cuantos días comentaba en un magnífico post de Fátima López (@fmlopez48), en donde se hablaba de cómo había cambiado la educación desde nuestros abuelos a las generaciones actuales, y la sensación de la poca preparación de los jóvenes ante los tiempos que se avecinan.
Seguramente los que somos padres estamos algo preocupados por los tiempos venideros, y en mi comentario expresaba que la pérdida de valores está siendo fundamental, tanto en el comportamiento de jóvenes como de adultos. Precisamente de los adultos quiero hablar hoy.
El título de la entrada de hoy contiene el nombre de un lujoso todoterreno, un magnífico Porsche que para mi opinión ha venido a ser el paradigma o prototipo de las apariencias en la época de las vacas gordas. Los años pasados en donde el dinero negro fluía como el agua de un caudaloso río y los sueldos legales estaban inflados como un globo a punto de estallar permitieron el aumento de nivel de vida de unos cuantos, y tener un todoterreno de esas características es un símbolo perfecto para la ostentación.
Pero el problema no es que la gente con poder adquisitivo haga ostentación de sus posesiones, sino que lo haya hecho gente que realmente no estaba tan acaudalada como para adquirir ese vehículo. Lógicamente hablar del Porsche nos es más que una analogía para describir como hemos entrado en un sistema de valores donde lo que importa es cuánto somos y no qué somos. Nos quejamos de las futuras generaciones, pero somos muchos de nosotros los que hacemos cola en la sección de Tous del Corte Inglés porque consideramos que hay que tener algo del “osito”.
La crisis económica ha dado mucho que hablar, de eso no cabe ninguna duda, pero tampoco tengo dudas de que detrás de ella se esconde una crisis mucho más amplia: se trata de una crisis de ética y valores.
Nos quejamos de que los jóvenes no tienen valores, beben demasiado y no tienen expectativas de futuro, pero ¿por qué no nos miramos al ombligo un poco? Somos los primeros que reforzamos la conducta de beber en un bar a cualquier hora y por cualquier motivo, las audiencias de programas de cotilleo siguen al alza y la imagen que transmitimos a las venideras generaciones es que da igual lo que hagas, lo que hagas debe servir para forrarte y ganar dinero, lo que al final significa que cualquier medio justifica el fin de tener la cartera bien llena de billetes.
En el mundo de la empresa ocurre lo mismo: envidiamos al que tiene mejor puesto y queremos tener mejor nómina que él; la envidia nos corroe y, en resumidas cuentas, nos gusta el coche de empresa, el traje que nos han vendido El Corte Inglés y las comidas copiosas con los clientes a los que no podemos dejar escapar, pero en el fondo no tenemos ni para hacer la compra en Mercadota ni para pagar el seguro del Porsche.
Algunos dan definitivamente por muerta la clase media. Es el caso del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, que en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo) vaticinaban la aparición de un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un «magma social» desclasado en que se confunden las antiguas clases media y baja, definidas por una capacidad de consumo muy limitado, a imagen y semejanza de los productos y servicios que les ofrecen las compañías low cost (bajo coste) como Ikea, Ryanair, Mc Donald’s, Zara o Skype.
Es decir, según estos autores parece que aunque a muchos nos gusta, como decimos en algunas zonas de Canarias “tirarnos el pedo más alto que el culo”, también muchos se han dado cuenta de que su poder adquisitivo no da para el chalé adosado ni para el mercedes slk; la tarjeta de crédito tiene sus límites y los bolsos de Prada son sólo para unos cuantos.
En definitiva, parece que en los últimos años nos hemos molestado en intentar comprar muchas TV de plasma, sustituir los tapacubos de serie de nuestro coche por llantas de aleación ligera y tener los mejores ingenios tecnológicos en casa para llenar una vida que se nos antoja vacía de valores. Pretendemos que nuestros hijos se comporten educadamente cuando los sentamos ante la tele con programas en donde la máxima es que quién mas grita más razón tiene.
¿Y tú has vendido ya tu Porsche Cayenne?